Hiroo Onoda causó sensación cuando fue posible persuadirlo para que saliera de su escondite en la selva filipina en 1974. En las Filipinas el japonés podría haberse enfrentado a la pena de muerte por los ataques que lanzó contra militares y policías y por la matanza de unas 30 personas, pero a petición de Tokio recibió el perdón y volvió a su país.
Más tarde se trasladó a Brasil y se dedicó a la ganadería en el país sudamericano. Sin embargo, en 1984 regresó a Japón y fundó una escuela donde enseñaba a los jóvenes japoneses a sobrevivir en la naturaleza y a proteger el medio ambiente.