Timoshenko, liberada hace poco de la cárcel por los insurrectos de Maidán, reconoció la autenticidad de su conversación con el exviceministro de Seguridad Nacional y Defensa del país, Néstor Shufrich, en la que incita a tomar las armas y matar a los rusos. "Encontraría el método de cargarme a esos malditos rusos y espero tener la posibilidad de involucrar a todas las personas que me conocen para levantar al mundo entero tan pronto como me sea posible, para que de esta maldita Rusia no quede ni un campo quemado", dijo la ex primera ministra a su interlocutor en un momento de la conversación.
Según Almond, el hecho de que Timoshenko lo diga en una conversación privada con un tono extremadamente acalorado deja pensar que es una manera muy irresponsable de tratar los asuntos de la política internacional.
Este comportamiento lo que hace es minar su imagen como posible candidata de compromiso, como una figura que podría, tal vez, satisfacer a los ucranianos y al mismo tiempo disminuir las tensiones, opina el historiador.
Al reconocer la autenticidad de este tipo de conversación llevada a cabo en privado con otra figura política influyente, Timoshenko lo que hace es quemar todos los puentes, asegura Almond.
El historiador señala que pronto podríamos ser testigos de una competición entre los candidatos a la Presidencia de Ucrania (a la que aspira también Timoshenko) que optan por una retórica antirrusa cada vez más feroz, con independencia de lo que crean realmente, y es un camino peligroso ya que "no es obvio que exista una solución del problema ucraniano sin que haya una buena relación con Rusia".
Comentando las palabras del ministro de Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, sobre la necesidad de llevar a cabo unas reformas constitucionales en Ucrania dirigidas a legitimar las autoridades actuales antes de que se celebren las elecciones (programadas para mayo de este año), el historiador apuntó que de hecho se trata de un serio problema.
Gran parte de los diputados del Parlamento actual de Ucrania están intimidados por los grupos radicales de la derecha y, por lo tanto, las leyes redactadas no tienen una base legal.
Si no se hacen cambios que realmente satisfagan a grandes grupos de personas a los que no les gusta lo que está pasando y que están alarmados con lo que sucede, podría tratarse de unas elecciones ficticias. "Lo que estamos viendo es un golpe de Estado más que un cambio democrático", resume el historiador.