Mientras tanto, los misiles no guiados son una de las armas ofensivas fundamentales de la Marina. EE.UU. los empleaba en todos los conflictos bélicos de los recientes 25 años, incluidos las campañas en Irak de 1991 y 2003, la invasión de Yugoslavia en 1999 y la operación contra Libia en 2011.
Según la información recobrada por el sitio 'Washington Free Beacon', durante la última campaña militar los buques de guerra estadounidenses asestaron cerca de 220 ataques con los misiles Tomahawk contra el territorio del país africano. Por eso la reducción de sus compras provocó una gran sorpresa en el propio Pentágono y en el lobby industrial militar.
Allí tenían previsto que a partir del 2020 el arsenal misilístico se ampliara mediante la introducción de una nueva generación de misiles antibuque de largo alcance (LRASM, por sus siglas en inglés) que aún está desarrollando la empresa Lockheed Martin. Pero los expertos computaron: si Washington seguirá participando en distintos conflictos por todo el mundo con las mismas intensidad y frecuencia que en las últimas décadas, las existencias de los cohetes Tomahawk en disposición de la Marina se agotarán dos años antes de que empiecen los suministros de este reemplazo, o sea en 2018.
En opinión del director de un centro analítico del Instituto Hudson, Seth Cropsey, se trata de un recorte que "no tiene sentido" y "aleja a Estados Unidos de una posición de influencia y dominio militar". El experto dijo al periódico 'The Washington Times' que si alguien quisiera reducir la capacidad estadounidense de controlar lo que pasa en el mundo, "no podrían encontrar un mejor camino que privar a la Marina estadounidense de los Tomahawks".
Cropsey comparó la totalidad de las medidas de ahorro programadas en los gastos armamentísticos con "marchar con una bandera blanca izada en todo lo alto diciendo que estamos listos para que nos pasen por encima".