La aportación de Rudolf Nureyev al ballet mundial

Rudolf Nureyev ha cambiado la percepción de los espectadores sobre el ballet clásico y sobre este arte en general, al haber llevado la dramaturgia y la nueva coreografía al ballet. Por término medio actuaba en 250 espectáculos anualmente, a veces en 8 a la semana para aplacar su 'hambre' de danza

Rudolf Nureyev ha cambiado la percepción de los espectadores sobre el ballet clásico y sobre este arte en general, al haber llevado la dramaturgia y la nueva coreografía al ballet. Por término medio actuaba en 250 espectáculos anualmente, a veces en 8 a la semana para aplacar su 'hambre' de danza y el deseo de transmitir a todos su amor hacia el ballet.

El destacado bailarín vivió la época en la que los aficionados al ballet clásico y a su romanticismo se dividieron entre los que se mantuvieron fieles a sus bases y los que empezaron a buscar una nueva lengua, una nueva coreografía de baile, para mostrar las necesidades espirituales del ser humano del siglo XX y toda la amplitud de los sentimientos que le desbordan. Y este antagonismo estaba muy vivo.

Algunos heredaron las tradiciones del ballet clásico, añadiendo nuevos elementos coreográficos, nuevos movimientos plásticos de diferentes estilos de baile, componentes teatrales, bailando con toda la planta del pie y vestidos con un simple maillot. Así crearon el ballet neoclásico (George Balanchine) y después el ballet contemporáneo. Otros rechazaron completamente las tradiciones de ballet clásico, bailaban descalzos y trataban de liberar el movimiento de los estereotipos conocidos. Así crearon el ballet moderno (Merce Cunningham, Isadora Duncan). Estos movimientos de ballet no pasaron  desapercibidos para un sólo coreógrafo y bailarín destacado de aquella época. Ahora se suele decir que el ballet clásico trata sobre una persona ideal, mientras que el ballet contemporáneo, sobre el ser humano moderno, sobre su soledad, su pasión sexual y sus celos, que lo absorben todo.

Nureyev fue uno de los primeros que trató de reconciliar el ballet moderno con el clásico. Y lo hizo con su baile y su coreografía. Con una nueva estética de baile, con nuevos principios de los movimientos, discontinuos, bruscos, que se distinguían completamente de los principios de ballet clásico, encontró la vía para ampliar sus posibilidades. Y el baile resultó el ganador de toda esta búsqueda.

El primer paso hacia esta tendencia fue su actuación en la televisión en el año 1971, junto con el conjunto de Paul Taylor. Después bailó con el conjunto de Martha Graham y sus espectáculos tuvieron un gran éxito. Por ejemplo, las mejores entradas al estreno del espectáculo 'Lucifer' en Broadway, EE. UU., costaban unos 10.000 dólares y allí llegaron los personajes más célebres del país, incluida la mujer del presidente Ford.

El efecto que Nureyev conseguía gracias a su expresividad, su tensión emocional y su enorme talento para aprovechar las posibilidades del baile libre, mostró al mundo que este nuevo movimiento tenía futuro y que la herencia del ballet clásico se puedía enriquecer, para hacerlo más moderno.

Por ejemplo, consiguió que renaciera el interés por el ballet masculino. En los espectáculos clásicos de finales del siglo XIX, a los hombres de los grupos de ballet les otorgaba sólo el papel de figurantes o ‘porteadores’, llevando a las bailarinas de una parte del escenario a otra. Nureyev creó momentos de baile para ellos en sus adaptaciones (polonesa en ‘El Lago de los Cisnes’, valso de ‘Raymonda’, el acto 3 de la ‘Cinderella’). Elaboró muchos números de solo, creando variaciones personales que hicieron a los bailarines entender más profundamente sus papeles. Guardó la potencia y técnica del hombre en sus solos, pero los perfeccionó, según destacan varios bailarines en el portal de la Fundación de Nureyev www.noureev.org.

En sus espectáculos adaptaciones y revisiones de los clásicos, Nureyev insufla una nueva energía a la obras, trata de añadir al ballet el matiz dramático y revela los aspectos psicoanalíticos en ‘El Lago de los Cisnes’, ‘La Bella Durmiente’ o ‘Cascanueces’, suavizados en la coreografía tradicional. A los gestos de los personajes les añade una interpretación psicológica y como resultado de esto, en un simple ‘paso’ la forma no es tan importante, pero lo que si es importante es el reflejo a través de este paso del pensamiento o el sentimiento del personaje. Rudolf así “limpia el ballet clásico de los hábitos comunes”.

Entre las muchas aportaciones de Nureyev, pueden destacarse los saltos de ballet contemporáneo. En el clásico, los saltos se dirigen hacia arriba, mientras que en el moderno, atraviesan el espacio horizontalmente. Nureyev combinaba ambos, lo que tenía como resultado que un bailarín saltara muy alto y atravesara en el aire un espacio, lo que creaba la ilusión de que vuela y de que, por un momento, se mantiene suspendido en el aire.

Quería comprobar si era posible realizar lo imposible y si se podían combinar las técnicas del ballet clásico y del moderno. Por ejemplo, lo que en el moderno se hace sobre toda la planta del pie, el pedía hacerlo de puntillas como en la técnica clásica. Aspiraba a la perfección acercándose a unos límites peligrosos y demandaba lo mismo de aquellos que trabajaban con él.

“Nos enseñó cómo se pueden usar las capacidades físicas al máximo, lo que no se puede hacer con cualquier cuerpo o cerebro. Siendo muy vulnerable, lo que le asustaba mucho, no se permitía a sí mismo ni una debilidad, temiendo que esta se convirtiera en su 'talón de Aquiles'” según destacan algunos bailarines en el portal de la Fundación de Nureyev. Su absolutismo no soportaba ni mediocridad, ni concesiones. Durante los ensayos, como un artista fiel y verdadero, se entregaba completamente, física y mentalmente y se entregaba a los coreógrafos con sumisión y resignación.

Después de su muerte nos quedamos huérfanos, pero todavía está con nosotros gracias a sus ballets. Nos hizo comprender que el escenario es lo más sagrado, sea en un teatro prestigioso o en uno humilde. Los bailarines que trabajaron con él, afirman que, gracias a ello, empezaron a "ser" de verdad, a vivir plenamente la danza, incluso arriesgando su salud. Les enseñó a concentrarse y a ambicionar la perfección en su trabajo.