Fuertes enfrentamientos en el sur de Kirguistán dejan 49 muertos y más de 600 heridos. A pesar de que en la ciudad sureña de Osh fue declarado el toque de queda por el gobierno provisional, la tensión en la región no cesa. Se trata del peor episodio de violencia desde que el presidente Kurmanbék Bakíev fue derrocado el pasado 7 de abril.
Los incidentes comenzaron la noche del jueves, cuando varios grupos de jóvenes se enfrentaron con armas y barras de hierro, incendiando tiendas en esta ciudad del sur del país donde vive la minoría uzbeka. La agencia Reuters difundió que el barrio uzbeko de Cheryomushki estaba en llamas y que estallaron enfrentamientos violentos entre kirguisos y uzbekos.
El gobierno provisional, encabezado por Roza Otunbayeva, ha enviado tropas militares que están patrullando las calles, mientras tanto los ciudadanos levantan barricadas y se preparan para nuevos choques nocturnos. Las autoridades afirman que la región está bajo control y sospechan que los incidentes fueron provocados por diferentes fuerzas para evitar que se realice un referéndum para redactar una nueva Constitución del país, lo que ocurriría a finales de junio.
“La situación es muy preocupante. Hay muchas fuerzas interesadas en la desestabilización de Kirguistán en vísperas del referéndum. Muchos son los que quieren hacerlo fracasar e intervienen en contra del gobierno de la república. Ellos generan conflictos entre el anterior poder y el actual, y los empujan al abismo de la lucha étnica. Su idea era llamar la atención porque en estos días se está celebrando la Cumbre de la Organización de la Colaboración de Shangai”, dijo Otunbayeva.
El 70 por ciento de los 5.3 millones de habitantes del país son de origen kirguís. Los uzbekos representan el 14.5 por ciento del total de la población, pero en las zonas del sur llegan a ser la mitad de la población. Esta región es el bastión del presidente depuesto Bakíev. En abril pasado, una rebelión popular acabó con la presidencia de Bakíev. Un mes después, sus seguidores ocuparon edificios gubernamentales en el sur para desafiar a las nuevas autoridades centrales.
Además de las tensiones políticas en Kirguistán hay rivalidades entre clanes. Los últimos disturbios en la empobrecida ex república soviética avivaron la preocupación entre potencias como Rusia, China y EE. UU., cuya base aérea en el norte del país, a unos 300 kilómetros de Osh, tiene una función clave para los suministros de tropas a Afganistán.
La presencia de una base militar estadounidense en Kirguistán provoca preocupación, según la opinión de varios expertos. Pero Deirdre Tynan, una reportera especializada en Asia Central, dijo a RT que esta instalación no puede generar tensión en la zona.
“Es importante destacar que Estados Unidos planea utilizar estas instalaciones como centros de entrenamiento ubicados cerca de los puntos de control fronterizos. Entonces, no se trata de una presencia militar constante de Estados Unidos, pues después estas instalaciones serán entregadas a las autoridades locales. Además, son pequeñas y no creo que puedan causar preocupaciones entre la población local. Estados Unidos aspira a ser visto como un socio técnico-militar legítimo y generoso en la región. Washington no tiene intenciones de meterse en el patio trasero de Rusia. Las autoridades norteamericanas quieren impedir que el problema afgano se expanda hacia el norte. Creo que harán todo lo posible para mejorar la situación con el narcotráfico en Asia Central. Es un asunto importante y probablemente Rusia y Estados Unidos podrían intentar resolverlo juntos”, dijo Tynan.
El régimen autoritario de Bakíev junto con las bases extranjeras jugaron un papel clave en su caída. En febrero, el presidente había anunciado que cerraría las instalaciones de EE. UU. a cambio de ayudas financieras de Rusia. Sin embargo, cuando Washington también ofreció dinero, Bakíev dio marcha atrás.