El nuevo portaaviones de la Armada estadounidense clase Gerald R. Ford es un buque de 12.000 millones de dólares capaz de cobijar a más de 4.000 marineros. ¿Qué pasaría si este navío de 337 metros de longitud y 76 de altura zozobrase?
Más de 4.000 soldados estadounidenses murieron a lo largo de los ocho años y medio que duró la última guerra de Irak. Ello afectó enormemente a la opinión pública de EE.UU. que se opuso a la participación en esta contienda. Por tanto, la reacción de la opinión pública estadounidense podría ser extraordinariamente perjudicial para el Gobierno de EE.UU. si una cifra similar de bajas pudiera sufrirse de nuevo en solo unos minutos si el citado portaaviones fuese atacado y hundido con la tripulación a bordo. Todo ello sin tener en cuenta el enorme esfuerzo económico invertido en la construcción y mantenimiento del barco.
Demasiada carne en el asador
El mundo vive una creciente carrera armamentística en la que las principales potencias económicas y militares del planeta compiten con EE.UU. Es el caso de Rusia, China, la India, Irán o Brasil. En un escenario así, en el que los gobiernos trabajan para aumentar su capacidad armamentística, con medidas y contramedidas tecnológicas y logísticas cada día más sofisticadas cualquier objetivo militar puede ser destruido por muy caro que sea. Esto incluye también a los titánicos portaaviones de la armada estadounidense, los cuales no podrán defender su sistema de economía globalizada y liberalismo mundial hundidos en el fondo de algún océano.Basta echar un vistazo a la historia de los portaaviones en particular y de los buques de guerra en general durante las guerras de los siglos XIX y XX para hacerse a la idea de la gran cantidad de maquinaria naval y vidas humanas que se fueron a pique: el hundimiento del USS Maine en la guerra hispano-estadounidense, la guerra ruso-japonesa, las grandes batallas navales de la Primera y Segunda Guerra Mundial, el portaaviones HMS Invincible de la Armada Británica seriamente dañado en la guerra de las Malvinas constituyen ilustrativos ejemplos.
A partir de lo expuesto, analistas y expertos concluyen que tanto EE.UU. como otras potencias militares deberían reconsiderar el volumen de inversión que destinan a la tecnología bélica naval teniendo en cuenta el elevado coste económico y de vidas humanas que tendría un enfrentamiento armado. Por ello, sus gobiernos harían bien en canalizar sus investigaciones, desarrollo y fondos en buscar alternativas militares que no representaran tales riesgos.