"Hay elementos extraordinarios en la actual política de EE.UU. en Irak y Siria que, sorprendentemente, están atrayendo escasa atención", escribe Cockburn en su libro 'The Jihadis Return: ISIS and the New Sunni Uprising' ('el retorno de los yihadistas: EIIL y el nuevo levantamiento sunita'), que cita en un artículo publicado en la revista 'Mother Jones'.
Cockburn —corresponsal en Oriente Medio para 'The Independent'— hace hincapié en que en Irak Washington está llevando a cabo ataques aéreos y envía asesores y entrenadores a la capital kurda, Erbil, para ayudar a hacer retroceder el avance del Estado Islámico (EI).
No obstante, en Siria la política de EE.UU. es exactamente la contraria: allí el principal oponente de los insurgentes del Estado Islámico es el Gobierno sirio, apoyado en su lucha por los kurdos sirios en sus enclaves del norte. Ambos están bajo los ataques de los radicales del EI, que han tomado alrededor de una tercera parte del territorio del país, incluyendo la mayor parte de sus instalaciones de producción de petróleo y gas, asegura el autor.
La estrategia de EE.UU., de Europa occidental, Arabia Saudita y los países del Golfo es derrocar al presidente sirio, Bashar al Assad, único bastión de la lucha contra el EI y otros yihadistas en Siria. "Si Al Assad se va el EI sale beneficiado, puesto que derrotará o absorberá lo que queda de la oposición armada siria", afirma el periodista.
"Pronto el nuevo califato puede extenderse desde la frontera iraní hasta el Mediterráneo y la única fuerza que, posiblemente, puede evitar que esto suceda es el Ejército sirio", señala Cockburn.
Sin embargo, la línea estratégica de EE.UU. es apoyar al Gobierno de Irak en su lucha contra el Estado Islámico pero dejar al de Siria fuera de juego o incluso tratar de eliminarlo, indica el corresponsal.
Una de las razones principales por las que el Estado Islámico ha sido capaz adquirir tanta fuerza en Irak es que el grupo radical puede recurrir a recursos y combatientes en Siria, revela el autor.
Además, no todo lo que salió mal en Irak fue culpa del primer ministro Nuri al Maliki, a quien actualmente políticos y medios occidentales han convertido en un chivo expiatorio, declara el escritor. "Políticos iraquíes me han estado diciendo durante los últimos dos años que el apoyo extranjero para la revuelta sunita en Siria inevitablemente desestabilizará su país también. Esto es lo que ha sucedido ahora", concluye el corresponsal.