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El 'tesoro' callejero ayuda a los cartoneros a sobrevivir

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Cada noche, centenares de personas salen a las calles de Buenos Aires, en busca de lo que otros ciudadanos han tirado a la basura. Botellas, revistas, papel, nailon, diarios y cartón son algunas de las cosas que buscan encontrar revolviendo entre los desperdicios. La sociedad los conoce como ‘carto
El 'tesoro' callejero ayuda a los cartoneros a sobrevivir

Cada noche, centenares de personas salen a las calles de Buenos Aires, en busca de lo que otros ciudadanos han tirado a la basura. Botellas, revistas, papel, nailon, diarios y cartón son algunas de las cosas que buscan encontrar revolviendo entre los desperdicios. La sociedad los conoce como ‘cartoneros’: recolectores de material descartable y representantes de un sistema urbano de reciclaje de dudosa legalidad.

Gabina Argañaraz, de 41 años, hace años que se dedica al ‘cartoneo’ y, pese al posible peligro que implica para su salud, no lo quiere abandonar por una sencilla razón monetaria. Dice que este oficio le permite ganar unos 500 dólares mensuales, mientras que trabajando como empleada doméstica estaría ganando alrededor de 150.

Gabina no es la única. Ella forma parte de un ejército de decenas de miles de personas que todas las noches deambulan con sus carros por las calles de Buenos Aires buscando material reciclable. El fenómeno llegó a la Argentina con la crisis económica de 2001, que hizo que la cantidad de cartoneros se duplicara y alcanzara unas 40.000 personas. El fenómeno ha existido desde hace mucho tiempo en otras ciudades de Latinoamérica. En México se los llama “pepenadores”. Son los “basuriegos” de Colombia y los “catadores” de Brasil. La labor de todos ellos es similar: buscan entre los residuos aquello que les permita sobrevivir.

La editorial más colorida del mundo

Miriam Merlo, de 26 años, se dedicaba hace algunos años al reciclaje de basura, pero siguió un camino distinto. En 2006, mientras tiraba de su carro por las calles del populoso barrio de La Boca, se encontró con una particular editorial sin fines de lucro, fundada en 2003 por el escritor Washington Cucurto y el artista Javier Barilaro.

Detrás de los ventanales decorados de la oficina de 'Eloisa Cartonera', la ‘editorial más colorida del mundo’, hay pilas de papeles, numerosas cajas de cartón tiradas, litros de pegamento y tinta. En la calle Brandsen al 647, los ex cartoneros se juntan con los artistas y escritores, y juntos imprimen sus obras con lo que ha sido tirado a la basura el día anterior. Teniendo como base el papel recuperado, esta cooperativa se dedica a imprimir de manera artesanal obras de autores latinoamericanos que luego se venden en las grandes librerías de la ciudad. Un ejemplar cuesta alrededor de 4 dólares, mientras que libros similares de otras editoriales cuestan unos 20 o 30.



Ésa es la filosofía de 'Eloisa Cartonera': hacer que la literatura latinoamericana sea accesible para todos. Los que trabajan en la editorial dicen que en muchos casos la gente no sabe leer, precisamente porque no puede permitirse el lujo de adquirir los libros, por lo caros que son.

Hasta el momento la editorial ha sacado libros de unos doscientos escritores latinoamericanos. Entre los ‘best sellers’ están 'Esa Mujer' de Rodolfo Walsh, 'Susi' de Jorge Mautner y 'Evita Vive', de Néstor Perlongher. La idea ya se ha propagado entre otros recicladores de basura en Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil y México.

De síntoma pasajero a parte del paisaje

Han pasado diez años desde la aparición del fenómeno de los cartoneros. Y lo que parecía un síntoma pasajero de la crisis se ha incorporado como paisaje habitual de la ciudad. La situación económica del continente latinoamericano ha ido mejorando, pero los recolectores de basura siguen allí, cumpliendo con su misión en condiciones extremadamente peligrosas.

Los expertos dicen que la perdurabilidad de este peculiar oficio se debe al hecho de que existe una industria compradora del material potencialmente reciclable. Algunos se preguntan si esto es un trabajo digno o no. Pero para ellos lo es, aún en condiciones que muchos consideran insalubres y poco seguras.

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