Unidades de élite de la Policía brasileña entran con tanques en las favelas
Las unidades de élite de la Policía brasileña han entrado con tanques en las favelas de Río de Janeiro para frenar la violencia de las pandillas de narcotraficantes, que ha dejado al menos 30 muertos en los últimos cinco días. Varias agencias de noticias reportaron que es la primera vez en años que se utilizan tanques para tales operaciones.
El jefe del operativo, el coronel Álvaro García, explica que la meta de los oficiales es "retomar el territorio de los narcotraficantes. Estamos rescatando a la sociedad de su situación de rehén del narcotráfico".
Las batallas callejeras han paralizado gran parte de Río. Los ciudadanos permanecen en sus casas y observan por televisión las imágenes de los enfrentamientos entre los oficiales armados y los habitantes de los barrios marginales, los asaltos a los puestos policiales y los ataques al transporte público.
Al norte y al sur de la ciudad, los grupos armados pararon más de una decena de autobuses y coches y, después de robar a los pasajeros, prendieron fuego a los vehículos. Toda la policía fue movilizada para dar respuesta a los asaltos. Más de 150 personas fueron detenidas. En las favelas se han confiscado una tonelada de marihuana, un volumen importante de armas y explosivos.
Las favelas de Río de Janeiro son un suelo fértil para la multiplicación criminal. Las autoridades tienen el acceso apenas más de una decena, entre los centenares de barrios pobres. El resto está controlado por los delincuentes y narcotraficantes.
En los últimos años, Brasil puso en marcha la rueda del progreso. No hay dudas. Pero basta con levantar un poco la mirada por encima de la línea de los edificios para encontrar que millones de pobres siguen allí, en las favelas que rodean la ciudad.
Según el instituto de estadísticas oficial, en la actualidad alrededor del 40% de la población brasileña es pobre, y tiene ingresos inferiores a los 250 dólares mensuales. La mayoría de ellos ni siquiera guarda la esperanza de disfrutar en el futuro de los beneficios de esta época de vacas gordas.
Sonia de Olivera vive en Rocinha, la favela más grande de Brasil. Cuando gozaba de mejor salud, se dedicaba a lavar ropa. Pero la diabetes, una enfermedad llamada erisipela y los problemas cardíacos de ella y su esposo les fueron imposibilitando cualquier actividad. Una serie de trabas burocráticas le impiden hoy el acceso a los programas sociales de ayuda, lo que los obliga a vivir de la caridad de sus vecinos.
“No pude lograr la pensión por invalidez. Un médico me hizo el certificado para que pudiera recibir la pensión, pero la pericia no me aceptó. Me dijo que no. Además, yo no hice aportes al Instituto de Previsión Social y no tengo edad para jubilarme”, dice Sonia de Olivera, vecina de Favela Rocinha. Aunque parece mucho mayor, sólo tiene 53 años, y ya se siente vieja.
“¿Mi futuro? Ése es el problema que yo tengo: ¿qué voy a esperar del futuro? No soy vieja, pero me siento una vieja, porque no puedo hacer nada. Soy una vieja que no consigue hacer nada. Yo vivo así la vida. Hay semanas que me es imposible cualquier movimiento”, añadió. Son millones los brasileños que viven en su situación, alejados hasta de los planes de ayuda.
Los expertos consideran que la raíz del problema de la pobreza en un país en el que hoy abundan los recursos está en la concentración de la riqueza en pocas manos. “Brasil siempre fue y sigue siendo un país con una extraordinaria concentración de la renta. Para tener una idea, podemos decir que el 10% más rico de la población concentra hoy el 43% de la renta nacional”, explicó Jorge Saavedra Durao, director de ONG de ayuda social FASE.
La pobreza además resulta un caldo de cultivo para el delito y la criminalidad. La gran mayoría de los barrios pobres son gobernados por redes de criminales y narcotráfico. “Pienso que uno de los factores más serios de esas elevadas tasas de violencia y criminalidad es la gran desigualdad que hay en la sociedad brasileña. El tipo de vida que tiene ese segmento de la sociedad y el que tiene la masa de la población pobre y miserable es tan chocante que eso estimula a que muchos jóvenes en las favelas opten por un tipo de vida con el que no van a llegar muy lejos”, consideró Durao.
De las 700 favelas que hay en Río de Janeiro, el gobierno sólo puede entrar a 15 de ellas, donde instaló las llamadas Unidades Policiales Pacificadoras (UPP). Las otras están aún bajo el comando de las redes de delincuentes. Nada se puede hacer allí sin su autorización, y caminando por sus callejuelas no es raro encontrar a civiles armados con fusiles, listos para resolver a tiros los pleitos entre bandas.
Pasan los años. Los países atraviesan épocas de bonanza y de dificultad, pero para muchos el destino parece invariable. Mientras tanto, las 200.000 personas que viven aquí, en Rocinha, siguen esperando que alguna vez les llegue el beneficio de habitar este país inmensamente rico en recursos.