Se cumplen 20 años desde que fueron disueltas las estructuras militares del Pacto de Varsovia, el segundo bloque militar más potente del mundo, que fue creado en 1955 como contraparte de la Alianza Atlántica del Norte.
Los ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa de seis países integrantes del Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, según se denominaba en los documentos, se reunieron en Budapest para reconocer unánimemente que la realidad se había transformado debido a los cambios ideológicos que todos los miembros del organismo habían sufrido en aquel momento.
En Rumania, en 1989, fue fusilado durante una revuelta popular su primer presidente, Nicolae Ceauşescu. Su sucesor, Ion Iliescu, también miembro del Partido Comunista, sostuvo el tránsito hacia la socialdemocracia. En 1990, la República Democrática Alemana, dominada durante toda la existencia del Pacto por el Partido Socialista Unificado, aliado más estrecho de los comunistas de Rusia, se incorporó a la República Federal de Alemania.
Tanto Hungría como Checoslovaquia se consideraban víctimas del pacto de Varsovia, y evocaban la supresión de las tropas de otros integrantes de la alianza y de sus revoluciones populares respectivamente en 1956 y 1968. Además, Checoslovaquia entraba en el proceso de su desintegración.
Bulgaria y Polonia buscaban cierto acercamiento con Estados Unidos y los países europeos occidentales a raíz de que les fueron necesarias nuevas fuentes de inversión en su economía, mientras que la URSS se encontraba en una situación económicamente debilitada por un largo bache en los precios del petróleo.
Y a todos estos procesos favorecía la Perestroika y la política de la nueva manera de pensar de Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, electo en 1990 presidente de este país.
Albania que fue la primera en firmar el tratado, abandonó el grupo de los ocho en 1968, tras la ruptura entre los gobiernos de Nikita Jruschov y Mao Zedong. La República Federal de Yugoslavia, dominada también por el Partido Comunista, nunca se adhirió al acuerdo y, tan pronto como apareciera el Movimiento de Países no Alineados, se integró con este grupo opuesto no a uno de los bloques, sino al propio antagonismo de la OTAN y el Pacto de Varsovia, un enfrentamiento que amenazaba con destruir a toda la humanidad mediante el uso de los enormes arsenales de armas de destrucción masiva.
La alianza pactada en 1955 debió de ser en primer lugar un organismo de intercambio cultural, y no puramente defensivo. Entre otros objetivos el propio pacto indicaba “ayuda técnica”, “fomento industrial”, “maquinización del agro”, “intercambio cultural” y “solidaridad revolucionaria”; y no fueron todos un disfraz con pomposos títulos. Al contrario, menos el último punto mencionado, todos los demás propósitos eran una realidad en muchísimos casos y aspectos de la vida de los pueblos de Europa Oriental.
En la práctica, no había ninguna ocasión para desempeñar de forma activa el papel bélico del organismo, sino el de mantenimiento en el poder de los regímenes leales uno a otros (como en los mencionados casos de Hungría y Checoslovaquia).
Incluso durante la operación de apoyo del gobierno revolucionario de Afganistán, en la que se vio involucrada la URSS, los países aliados prácticamente no la apoyaron.
Como organización política y humanitaria, el Pacto de Varsovia dejó de existir pocos meses antes de que se desintegrara la Unión Soviética, en el mismo 1991. Las dos décadas transcurridas han sido suficientes para que todos los antiguos miembros de esta “Alianza de la Paz y el Socialismo” (según se denominaba en la propaganda) menos Rusia -como heredera oficial de la URSS- se adhirieran a la OTAN, que antes servía de blanco principal.