Atravesando Rusia de punta a cabo en silla de ruedas
Al kilómetro cero, en el centro de Moscú, vienen cientos de turistas todos los días, pero recientemente llegó una persona muy especial. Un hombre que recorrió miles de kilómetros, no en avión ni en coche, sino en su silla de ruedas con motor.
Su grito de protesta se propagó por más de 11.000 kilómetros. Esa es la distancia que Alexánder Kashin recorrió en su silla de ruedas motorizada en poco más de dos meses para solicitar al Gobierno y a la sociedad un mejor tratamiento hacia los discapacitados.
Su parálisis de las extremidades inferiores no inmovilizó su convicción.
Alexánder comenzó su aventura en Vladivostok, la ciudad donde vive en el Lejano Oriente de la Federación de Rusia, y recientemente llegó a Moscú, el punto final de su viaje, pero que en realidad significa un punto y seguido para su lucha.
“En mi primer año después del accidente estaba totalmente apático. No quería hacer nada. Pero luego, me dije a mí mismo que la vida tenía que continuar. Y por eso comencé a ser más activo”, dijo Kashin.
En 1998 la vida de Alexánder dio un giro inesperado. Un coche lo atropelló. El vehículo era del cónsul de Estados Unidos. Tras tres juicios y una huelga de hambre, Kashin se dio cuenta de que la impunidad diplomática pesaba más que su imposibilidad de andar de por vida.
“Cada persona que padece un trauma físico o psíquico tiene el reto de probarse a sí mismo, de saber que puede ser útil. A veces, en los primeros meses puede haber hasta un deseo de suicidarse. Sin embargo, en otras ocasiones, como la de Kashin, las limitaciones de algunas de sus capacidades le permiten sacar lo mejor de sí en otros ámbitos”, explicó la psicóloga Victoria Daniliúk.
Según algunos psicólogos, la forma en que la sociedad aísla a los discapacitados es en ocasiones muy sutil. La punta del iceberg del problema se ve en la manera de llamarlos: desde inválidos hasta inútiles. Un hecho que Kashin reconoce que está cambiando poco a poco, para lo cual, asegura, es también importante la acción de los propios discapacitados.
“Necesitamos la integración de ambas partes. Los discapacitados debemos ser más activos y demostrar nuestra posición en la vida. Y, al mismo tiempo, la sociedad tiene que basar su convivencia sin muros, en el sentido literal de la palabra”, señaló el activista.
Estos 60 días han sido un recorrido cargado de dificultades. El frío, los altibajos de su salud y los propios problemas mecánicos de su silla han estado presentes. No obstante, Alexánder destaca los numerosos gestos de solidaridad que ha recibido. Algunas personas que le han ayudado en el camino confiesan que los verdaderos beneficiados han sido ellos mismos al conocerlo.
Alexánder reconoce que nunca hubiera realizado semejante hazaña si su vida no hubiera cambiado radicalmente y sus condiciones físicas estuvieran indemnes. Pero durante estos años, y en concreto en esta travesía, aprendió que no hay tiempo que perder y que hay que derrotar a los temores.
Ahora Alexánder comienza su regreso a casa. Más allá del grito de protesta e independientemente de que consiga o no sus frutos, hay un hecho claro y es que según él, nos volvemos inválidos no solo por nuestros problemas sino también por nuestros miedos.