La catástrofe de Fukushima ha puesto al Gobierno de Japón entre la espada y la pared. Las fugas radioactivas y la contaminación del agua en la planta parece que no se solucionarán a corto plazo. Pero el problema de fondo para el ejecutivo nipón es qué hacer ahora con la energía nuclear.
El número de sus detractores aumenta con el paso de las semanas y ya son muchos los japoneses que dicen estar viviendo con un velo informativo sobre los verdaderos riesgos que entraña este tipo de centrales.
La catástrofe energética ha sacado a la luz nuevamente algunos oscuros episodios del pasado. Uno de ellos fue el registrado en 2002, cuando el presidente de TEPCO, la actual operadora de Fukushima-1, renunció tras reconocer que había falsificado los registros de la seguridad de los reactores.
El periodista independiente Hiroaki Idaka comenta: “Durante 40 años, el Gobierno y las empresas nucleares crearon un mito de seguridad sobre sus plantas, pero tras esta crisis todo se ha venido abajo.”
Después del desastre, Japón cerró casi dos tercios de los reactores de todo el país por falta de fiabilidad. Además, el primer ministro japonés, Naoto Kan, abandonó su postura ambivalente y este miércoles reconocía que la política energética del país debe dar un viraje importante.
Kan subrayó: “Nuestra meta deberá ser el desarrollo de una sociedad que pueda existir sin energía nuclear. Debemos planear de forma gradual los pasos para deshacernos de la energía atómica y ser un país que pueda prescindir de ella”.
Pero por ahora son solo buenas palabras. Es más, las presiones de las compañías y las necesidades eléctricas del país han abierto el debate sobre la urgencia de restablecer las primeras plantas paralizadas. Desde la perspectiva pro nuclear, Japón llegó a ser en los años 70 la segunda economía mundial gracias a este sector, que ayudó considerablemente a mejorar el nivel de vida de los ciudadanos.
Sin embargo, los más escépticos se preguntan ahora cómo Japón puede compaginar ser la segunda nación con mayor dependencia de energía nuclear, siendo a su vez uno de los países con uno de los índices del planeta más altos en cuanto a seísmos se refiere.
El director de la campaña antinuclear de Greenpeace, Jan Beranek, comenta: “Tenemos que asegurarnos de que esto no ocurra otra vez. La gente tiene que aprender la lección. Y en concreto, algunas naciones ya han cambiado su posicionamiento.”
Italia, Suiza o Alemanía son un ejemplo en el viraje de sus políticas energéticas. En concreto, Berlín nada más ver lo que ocurría en Fukushima cerró sus siete plantas atómicas más antiguas. Para 2022 se planea una clausura del total de sus reactores. Según algunos especialistas, esto es casi una quimera.
El ex director del Organismo Internacional de la Energía Atómica Mohamed el Baradei, opina, que la energía atómica es difícil de reemplazar. “Va a ser interesante ver cómo Alemania substituye el 20% de la electricidad que viene de la energía nuclear.”
Lo que parece claro es que los planes del Gobierno nipón se han visto truncados. El ejecutivo planeaba que la energía atómica produjera la mitad de toda la electricidad del país para el año 2030. Una estrategia que ya es papel mojado.
La crisis de Fukushima ha provocado un sentimiento antinuclear en diferentes partes del mundo. Sin embargo, paradójicamente, el país que se ha visto envuelto en esta catástrofe todavía mantiene muchas incertidumbres sobre cuál será el futuro de la energía atómica, que, por segunda vez, vuelve a cambiar el rumbo de su historia.