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La madrina chilena del "diablo" noruego, Anders Breivik, cuenta su historia

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Amelia Grechi Araya, una chilena que vive en Oslo y es madrina de Anders Behring Breivik, el autor del doble atentado en Noruega, señala que no tiene la culpa de ser “la madrina del diablo”.

Amelia Grechi Araya, una chilena que vive en Oslo y es madrina de Anders Behring Breivik, el autor del doble atentado en Noruega, señala que no tiene la culpa de ser “la madrina del diablo”.

Los medios descubrieron los vínculos que existían entre la familia de Amelia y el autor de la explosión en Oslo y de la matanza en la isla de Utoya, a través del ´manifiesto´ de Breivik que el noruego publicó en Internet poco antes de cometer los crímenes.

El joven hizo referencia a la chilena y a su familia para demostrar que no es un racista: “No soy ni nunca he sido un racista. Mi madrina, Amelia Jiménez, y su marido llegaron a Noruega como refugiados políticos desde Chile. Mirando hacia atrás, entendí que eran marxistas, pero no comprendía esos asuntos en aquel entonces”.

En 1982 Amelia Grechi Araya junto con su marido, Raúl Jiménez Romero, llegaron a Noruega desde Chile, donde Raúl había pasado cinco años preso y fue torturado por ser miembro del Movimiento de Izquierda Revolucionaria del país que en aquel entonces vivía bajo la dictadura de Augusto Pinochet.

Se instalaron en el barrio de Smestad de la capital noruega donde la familia reside hasta ahora. Poco después Amelia conoció a Wenche Behring, la madre del futuro asesino, y entabló amistad con ella.

Anders en aquel entonces, “era un niño más que jugaba en el jardín”, recuerda la chilena. Breivik y los tres hijos de Amelia incluso eran compañeros de juegos mientras eran niños. La madre de Anders le pidió a Amelia que fuera la madrina de su hijo. “Sí, efectivamente, yo fui su madrina en la ceremonia de confirmación. Por entonces él tenía 14 años”, señala la chilena.

Cuando la familia de Breivik se mudó de Smestad, a otra parte de la capital, se perdió el contacto entre ellos, cuenta Grechi. “De él y su familia no tengo noticias desde hace quince años, cuando se fueron del condominio. Desconozco todo acerca de su juventud y menos idea tengo de quiénes podían ser sus amistades”, afirma Amelia.

Volvió a oír el nombre de su ahijado el pasado 22 de julio cuando la televisión noruega transmitía imágenes de los edificios destruidos por la explosión de un coche bomba en el centro de Oslo y más tarde, de los sobrevivientes del tiroteo de Utoya.

“A él hay que olvidarlo y no odiarlo, porque eso es lo que él busca: ser reconocido”, señala Amelia que espera que el interés mediático hacia su familia, provocado por la tragedia, pase pronto.

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