El conflicto en Siria va sumando nuevos capítulos a su violenta historia. Han pasado más de tres meses desde el inicio de las revueltas, pero al parecer ni el Gobierno ni los manifestantes piensan ceder. La lista de los fallecidos en los enfrentamientos se va ensanchando con una velocidad atroz: según cálculos de las ONG, el balance provisional de víctimas se estima en al menos 2000 muertos.
El Gobierno del presidente Bashar al-Assad acusa a "grupos armados" de extender el caos por todo el país. Los opositores al régimen solicitan la realización de las prometidas reformas democráticas. El Consejo de Seguridad de la ONU convoca reuniones extraordinarias en busca de una salida.
En medio de toda esta incertidumbre se encuentra el pueblo sirio. La periodista de la cadena árabe del grupo RT Marianna Biélienkaia ha intentado investigar en qué lado de la barricada están los civiles. Les presentamos los testimonios de los que viven el conflicto día a día.
Salam, 41 años, periodista de Damasco
En tres semanas no logré comunicarme con mi madre y mi hermano en Deraa. La ciudad estuvo sometida a las batallas. No hubo comunicación telefónica. Finalmente fui allí, y me enteré de que la primera persona asesinada en la ciudad fue mi mejor amigo. Trabajaba como guardián nocturno en un local. Cuando los militares invadieron la ciudad le dijeron: "Vas a ser el primero a quien vamos a matar en Deraa". Su cadáver permaneció allí en el local durante unos días más. No se podía salir de las casas para enterrar a los fallecidos. Finalmente unas ancianas sacaron su cuerpo rígido del recinto y lo llevaron, arrastrando, a una zona periférica. Mi hermano jamás va a olvidar esa escena.
Hasan, 31 años, médico de Damasco
Si solo pudieran ver las heridas con las que llegan los militares al hospital: las balas de los francotiradores, trozos de proyectiles de lanzagranadas… Dicen que los del Ejército disparan a los civiles. No lo crean. Nos traen también a los manifestantes heridos, entre ellos hay muchos chicos de unos 15-16 años. Les intentas inyectar un anestésico y saltan chillando: "Allahu Akbar" [Alá es grande] y "me están matando". Les tratas de hablar, decirles "soy tu hermano mayor", y no te quieren escuchar. ¿Qué es lo que está ofreciendo la oposición, los detractores de Al-Assad? Por ahora se trata de una banal guerra civil. ¿Acaso es democracia cuando los cuerpos de los militares son desmembrados y empaquetados en bolsas con inscripciones "La carne de los alauitas es forraje para perros"? ¿Acaso es democracia, cuando cuelgan pancartas que rezan: "Los cristianos, a Beirut; los alauitas, a la tumba"?
Hisam, 30 años, director cinematográfico de una pequeña ciudad a 10 minutos de Damasco
Fui uno de los primeros en sumarme a los mítines y aplaudí las exigencias de reformas. Pero cuando los disparos llegaron a mi ciudad (y eso que no fue la policía la que disparaba, sino que fue un tiroteo entre los detractores y los simpatizantes de Assad), me retiré de las calles. ¡Que los tanques borren de la faz de la tierra a todos los que siembran la discordia étnica, sean quienes sean, la oposición o los partidarios del régimen! Lo que está sucediendo en Siria es un espectáculo donde cada uno se ha puesto una máscara e interpreta un papel aprendido de memoria. La gente no entiende qué es la libertad. Para ellos la libertad es el poder hacer lo que quieras y cuando quieras.
Hama, la isla de la libertad
Llegamos a Hama unos días antes de que ingresaran allí los militares. A lo largo de varios meses la ciudad vivió por cuenta propia: sin ejército, sin policía, sin gobernantes. Un modelo de la isla de la libertad donde nadie sabe que ocurrirá después, pero todos entienden que este statu quo no puede mantenerse por mucho tiempo.
Imagínese una ciudad, donde son los compradores quienes establecen los precios y dictan sus condiciones a los vendedores. Los locales de los disidentes se queman y todos los productos se reparten entre los habitantes de la manzana. Saquean en honor a la libertad y la justicia. En esta ciudad los habitantes se niegan a pagar los impuestos y devolver el dinero prestado a los que apoyan el régimen. Miran de reojo a los que defienden otro punto de vista, queman sus vehículos. La libertad es lo que se imaginan los dueños del barrio.
Los habitantes de Hama afirman que la oposición no tiene nada que ver con la escalada de conflictos religiosos, y que todas las especulaciones al respecto son producto del régimen que busca demostrar que no hay alternativa.
"¡Es que no sentimos ningún odio por los representantes de otra religión! El otro día unos vecinos nuestros, cristianos, vinieron a averiguar qué había pasado con su propiedad. Les convidamos a un té, charlamos un rato", cuenta un habitante de uno de los distritos de Hama. Él y los que lo rodean juran que van a votar a un alauita en las próximas elecciones, si este presenta un programa más sensato que el del candidato sunita. Hasta se muestran dispuestos a votar a Al-Assad si comienza a realizar reformas. Sin embargo, siguen exigiendo el derrocamiento del régimen. Para ellos el régimen no es Assad, sino su círculo de poder respaldado por los militares. Esto es lo que sofoca.
La ciudad está dividida en zonas, el acceso a las más peligrosas está bloqueado. "Conmigo están protegidos", nos decía nuestro acompañante Abu Nidal. Aunque no dejaba de agregar: "No me responsabilizo por ustedes en los lugares más peligrosos".
Abu Nidal es gerente en un banco. Reconoce que bien podría haberse quedado en su casa fumando en pipa de agua y esperando hasta que acabe la violencia. Sin embargo, escogió otro camino. Dice que se sumó a la oposición porque estaba cansado de las constantes humillaciones de la dignidad humana por parte del Gobierno. Cree que a las autoridades no les conviene tener en su equipo a personas inteligentes e independientes y está convencido de que los verdaderos dueños del país son los militares. "Lo tienen todo permitido". El hermano de Abu Nidal comparte la misma opinión. Pasó mucho tiempo trabajando en el extranjero, pero regresó para "servir a su patria".
Después de hablar con ellos uno se lleva la sensación de que los dos están dispuestos a buscar un compromiso con el Gobierno, pero siguen en la ciudad para no llegar a perder sus pertenencias. Por eso intentan llevarse bien con los más radicales de la rama 'revolucionaria'. Lo cierto es que sus intentos fracasan. En un mes de plena libertad, los que controlan la vida de Hama no han podido decidir qué es lo que hay que hacer, ni dónde hay que ir. El presidente Al-Assad tampoco ha podido llegar a ningún acuerdo con los ciudadanos de Hama: en varias ocasiones se ha reunido con los representantes de la 'élite', pero el problema ha quedado sin solución alguna.
Quizá si el presidente y sus ministros fueran a Hama y se reunieran con la gente allí, en la calle, la situación habría cambiado. Los que nos hablaron en la ciudad dijeron estar ofendidos por el hecho de que el Gobierno invitara a dialogar solo a los de la élite. "¿De qué reformas nos está hablando Al-Assad si no quiere escuchar al pueblo?", lamentaron. "Miren, ¿realmente parecemos criminales, tal y como nos describe la televisión oficial?", nos preguntaron. No, no lo parecen. Más bien parecen rehenes. Rehenes de la situación.
"No vemos ninguna luz al final del túnel", dijo Abu Nidal al despedirse.