En la Navidad de 1978 los regímenes militares de la Argentina y de Chile se preparaban para desatar una guerra por la disputa limítrofe al sur del continente. El dictador chileno, Augusto Pinochet, reflotó entonces una idea que ya había empezado a aplicar en 1973: sembrar de minas antipersonas y antitanques la zona cercana a la frontera. Los civiles que cumplieron el servicio militar en aquellos años recuerdan la perversidad con que se planificaba un campo minado.
Miguel Benavides, uno de ellos, relata: “Está hecho en forma de zigzag en la que usted, si bien puede pasar por el medio de dos, al frente suyo tiene otra... y esa seguramente lo va a liquidar".
La guerra finalmente no se produjo y ambos países firmaron un tratado llamado de "Paz y Amistad" que zanjó el conflicto fronterizo. Pero la mayor parte de los campos minados sigue allí. Además, sorprendentemente también hay explosivos del Ejército sin estallar, abandonados descuidadamente en zonas civiles. Los campos minados y estos otros artefactos ya han causado la muerte de 150 personas y una enorme cantidad de mutilados.
Cristian Ulloa Velázquez vivió en carne propia a los 12 años las consecuencias del estallido de un explosivo hallado a solo a unos 300 metros de su casa. "Éramos un grupo de niños jugando en ese tiempo”, recuerda. “Producto del material de guerra que fue encontrado, explotó y fallecieron dos niños de forma mutilada, y dos de nosotros quedamos con serias lesiones. Me amputaron la pierna derecha y tengo lesiones graves en la pierna izquierda".
La ONG "Zona minada", que lucha para que Chile cumpla con los compromisos asumidos en la Convención de Ottawa, para el desminado total en 2012, presenta un panorama sombrío de la situación. Su director, Elir Rojas, comenta: "En el territorio, a la fecha, tenemos más de 120 mil minas antipersonales sembradas, más de 50.000 minas antitanques, y lo que es más grave, un número indeterminado de munición militar sin estallar o abandonada, y municiones en racimos".
El trabajo de desactivación de los artefactos es sumamente delicado y las fuerzas armadas avanzan ciertamente de manera muy lenta en esta tarea.
El comandante Christian Wheeler explica que "el promedio hasta el minuto de esta unidad de desminado aquí en la región, cada hombre, es de hasta dos minas diarias. Esas minas se llevan a un lugar de destrucción, seguro, cercado, delimitado y al final de la jornada diaria se destruyen las minas".
A este ritmo, en los últimos ocho años sólo se ha desarmado el 15 por ciento de las minas en todo el territorio. 33 años después del conflicto con Argentina, la amenaza sigue enterrada aquí, a pocos metros de la ruta que lleva a uno de los principales atractivos turísticos de Chile, la zona de los Glaciares. Las tareas para neutralizar las minas avanzan muy lentamente, y el fantasma de la guerra que nunca tuvo lugar, de esta forma sigue estando presente.