El patriarca de la política rusa, Evgueni Primakov, cumple 80 años
Hoy cumple 80 años Evgueni Primakov. Actualmente preside la Cámara de Comercio e Industria de Rusia, pero para describir todos sus cargos, títulos, profesiones y méritos habría que editar como mínimo un folleto.
Es un académico-orientalista, político, periodista y diplomático. Encabezaba instituciones tan distintas del Estado como el Servicio de Inteligencia Exterior, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Gobierno de Rusia o el Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de la URSS.
Igual de distintas han sido las épocas en las que ha vivido. Basta con mencionar que Primakov, se nació el 29 de octubre de 1929. Terminaba sus estudios en el Instituto de Lenguas Orientales entre 1949 y 1953. Comenzó su labor ya en la época de Nikita Jrushchev, como periodísta en 1956 en la Radio y Televisión del Estado; después en el diario número 1 del país, el de Pravda. Trabajando para este periódico, fue enviado como corresponsal para Oriente Medio.
Muchos años más tarde, un hombre con este origen y esta experiencia personal, tras alcanzar cargos tan importantes como enviado especial de distintos líderes de la URSS y Rusia, canciller y presidente del gobierno ruso, pudo ganarse la confianza de personalidades tan diametralmente opuestas como Madeleine Albright y Saddam Hussein (a quien conoció personalmente todavía durante su etapa como periodista, en 1969). También consiguió la confianza de un pueblo tan complejo como el ruso, al ser aplaudida su promoción al cargo del primer ministro por todos los partidos políticos del parlamento ruso de aquel entonces, que pasaba por una época muy conflictiva.
En calidad de canciller, Primakov se ganó el respeto tanto en casa, como en el extranjero por su política pragmática para defender los intereses rusos frente a la expansión de la OTAN. Ha sido un destacado defensor del multilateralismo como alternativa a la hegemonía estadounidense. Ejerciendo el cargo de primer ministro tuvo el suficiente prestigio como para lograr la aprobación de medidas tan difíciles como la reforma tributaria.
Su personalidad es tan atractiva que se granjeó la total confianza tanto de sus empleados, como de sus superiores. Le respetaban personalidades tan distintas como Gorbachev, Yeltsin y Putin. Y lo más importante, se ganó también el respeto de la mayoría absoluta de los rusos.