Casi todo el mundo conoce la barbarie de los atentados terroristas a través de los medios de comunicación. Pero Sergéi Ozíev, un habitante de la localidad de Beslán, vivió esta pesadilla en carne propia.
La gente en Osetia del Norte recuerda con tristeza los fatídicos acontecimientos de la escuela de Beslán. En septiembre del 2004, la toma de una escuela por parte de terroristas dejó un balance de 334 muertos, la mayoría niños.
Hasta esa fecha, Sergéi tenía todo lo que la vida podía darle: una esposa, dos hijos a los que amaba y un buen trabajo. Era un hombre feliz. Pero en cuestión de segundos todo eso se esfumó.
“Todavía me cuesta hablar de esos tres días, no podíamos comer, tampoco dormir... solo esperábamos. La ciudad era presa del miedo. Mis dos hijos y mi esposa eran rehenes”, confiesa.
Su mujer, Marina, y el mayor de sus vástagos, Vadim, murieron quemados el tercer día del secuestro en el colegio. “Debía ir a la morgue a identificar a mi hijo pero no pude hacerlo... le pedí a mi hermano que lo hiciera y buscara una marca de nacimiento que tenía en el pie. Así nos enteramos de que era él”.
Su otro hijo, Vladímir, fue herido de bala en una pierna mientras trataba de escapar, pero logró escabullirse entre las llamas y sobrevivir. Sergéi no ha podido recuperarse y nunca olvida esos días de horror y de angustia. Tras la toma de rehenes de Beslán se le diagnosticó depresión post traumática. No ha podido trabajar en los últimos siete años.
Para Osetia del Norte y Sergéi el terror no había terminado. El 9 de septiembre de 2010 una bomba explotó en el concurrido mercado de la capital de esa república rusa matando a 19 personas. El destino hizo que este hombre fuera nuevamente una víctima del terrorismo.
“Sentí como si estuviera volando, entonces escuche un fuerte ruido”, cuenta Serguéi. “Yo estaba tirado en el suelo y no podía levantarme. Observé cinco o seis cuerpos junto a mí, todos pertenecían a mujeres”.
Algunos fragmentos de metralla fueron extraídos de sus piernas y tuvo que ser trasladado a Moscú para que los médicos pudieran salvar la visión de uno de sus ojos. Permaneció ingresado varias semanas en el hospital rehabilitándose.
Logró sobrevivir, pero no reponerse. La angustia es la compañera habitual en la vida de esta víctima del terrorismo. “¿Usted llama a esto vida? Yo no. Vivo el 30% del tiempo, salgo de una depresión para caer nuevamente en otra”, asegura.
La familia de Serguéi fue segada por la mano del terrorismo. Pero aunque esta herida es difícil de cicatrizar, él trata hacer todo lo posible para devolver las cosas a la normalidad.