"Estamos yendo en la dirección correcta y estamos ganando este duro conflicto", señaló el jefe de la Defensa estadounidense, Leon Panetta, refiriéndose a la guerra que EE. UU. está llevando a cabo en Afganistán desde hace 10 años.
Panetta se encuentra de visita en Afganistán para revisar los preparativos para la retirada de las tropas estadounidenses y para discutir con las autoridades locales los pormenores de la futura cooperación militar.
El Pentágono planea repatriar a 33.000 de los 91.000 soldados a finales de 2012 y concentrar su actividad en el adiestramiento de los militares afganos. El resto del contingente se quedará hasta fines de 2014, plazo previsto para la retirada de las tropas conjuntas de la OTAN.
EE. UU., al igual que sus socios de la Alianza, está pasando el control de la seguridad en diferentes provincias afganas al Ejército y la Policía locales. "Finalmente aquí, en Afganistán, podremos establecer un país capaz de gobernar y garantizar la seguridad por su propia cuenta. Nos aseguraremos de que el Talibán nunca encontrará un paraíso seguro aquí ni Al Qaeda volverá a sentirse segura en estas tierras", auguró Panetta.
Un éxito dudoso
A pesar del optimismo del jefe del Pentágono a la hora de valorar el éxito de la misión militar en el país, el alto costo de esta guerra, tanto en términos económicos como en vidas humanas, hace dudar que los estadounidenses de verdad hayan triunfado en Afganistán.
Según los datos oficiales, el balance de víctimas registra 1.718 soldados y oficiales estadounidenses muertos (del total de 2.668 bajas de las fuerzas aliadas) y casi 14.000 heridos. En cuanto al costo económico de este decenio de presencia militar en el país, los expertos del Instituto Watson de la Universidad Brown lo evaluaron a mediados de este año en 3,7 billones de dólares como mínimo, aclarando que la cifra final podría alcanzar los 4,4 billones.
La guerra afgana se convirtió en la segunda más prolongada para EE. UU., después de Vietnam. Durante su primera fase se logró derrocar al Gobierno talibán tanto en Kabul, como en las provincias controladas por el movimiento.
Sin embargo, ninguno de los políticos o jefes militares estadounidenses se atrevió a declarar que la eliminación de las bases de Al Qaeda sea una realidad. Y esa tarea no solo era oficialmente la principal de la misión, sino también la única excusa legítima para mandar tropas a una nación soberana amparándose en el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas (para EE. UU. suponía el derecho a su defensa después de los atentados del 11 de septiembre).
Una reputación manchada
Además, la reputación de las tropas estadounidenses, que supuestamente llegaron para luchar contra los extremistas y los terroristas, quedó considerablemente manchada debido a numerosas matanzas de población civil. Uno de los insólitos casos de la violencia data de 2010. Durante varios meses un grupo de militares estadounidenses asesinó a varios civiles afganos por diversión. Y como si fuera poco, se sacaron fotos con los cadáveres de las víctimas y guardaron sus huesos como trofeos.
Asimismo muchos afganos, entre ellos niños y mujeres, perdieron la vida como resultado de los ataques 'erróneos' de las tropas estadounidenses y de otros militares de la OTAN. La Alianza hasta tuvo la 'mala suerte' de matar por error a un primo del presidente de Afganistán, Hamid Karzai. Según datos oficiales, en la primera mitad de 2011 se registraron casi 1.500 muertes de civiles en el país, lo que supone un aumento del 15% en comparación con el mismo período del año anterior.