Con ocasión del 20 aniversario de su muerte, se rinden homenajes al padre de la bomba de hidrógeno soviética, el científico y luchador por los derechos humanos Andréi Sájarov. El Kremlin y activistas y políticos rusos se reunieron en una conferencia internacional para subrayar el carácter moderno de las ideas de Sájarov.
“Él (Andrei Sájarov) entendía muy bien lo inseparables que son la libertad y la responsabilidad. Y lo importante que es aspirar al perfeccionamiento moral. Su propio destino es el ejemplo de una vida vivida a conciencia, ejemplo del seguimiento inexorable de unos principios que defendía osadamente y con desinterés”, menciona el mensaje del presidente ruso, Dmitri Medvédev, a los participantes de la conferencia.
“Ahora sentimos de forma más águda la carencia de gente parecida al académico Sájarov”, subrayó el ex presidente ruso Mijaíl Gorbachov, que ordenó en 1986 la puesta en libertad de Sájarov tras seis años desterrado bajo arresto domiciliario. “Carecemos de gente que lucha valientemente por los derechos y la dignidad del ser humano, representando con su vida el ejemplo del servicio al pueblo…”
A la conferencia asistieron, entre otros, el Defensor del Pueblo ruso, Vladímir Lukin, y el Comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Thomas Hammarberg.
Sájarov pasó de ser uno de los científicos más prestigiosos del país a poner en duda la política nuclear y a defender los derechos humanos en el seno de la URSS, lo que le convirtió en un disidente a ojos de los jerarcas soviéticos.
Tras publicar en el extranjero un artículo sobre los derechos humanos en la URSS (1980), Sájarov fue confinado en un apartamento en la ciudad de Gorki, actual Nizhni Nóvgorod (la región del río Volga) hasta que Gorbachov lo puso en libertad en 1986.
Sájarov fundó en 1970 la primera organización no gubernamental de la historia de la URSS, y como diputado popular durante la Perestroika abogó por abolir el artículo número 6 de la Constitución, que estipulaba el papel dirigente del Partido Comunista en la sociedad.
En diciembre de 1989, el científico murió sin poder ser testigo de la caída del comunismo y la desaparición de la antigua Unión Soviética.