Iván García es uno de estos reclusos. Un joven que hizo todo lo posible para integrarse y que al final ha visto truncados todos sus sueños. “Yo llegué aquí a los 12 años, hice mi escuela, me gradué con honores, con reconocimientos, jugué futbol americano, tengo los diplomas, pero no me dejaron trabajar y ahora me quieren deportar”, relata Iván.
Es precisamente por un empleo sin la documentación necesaria por lo que muchos inmigrantes han terminado en esta cárcel donde las condiciones para muchas organizaciones son inhumanas. Entre otras, Amnistía Internacional en 1997 dictaminó que “las estructuras metálicas estaban lejos de ser una alternativa adecuada para la reclusión de presos”.
Las numerosas quejas de los presos dejan constancia de las extremas temperaturas que se ven obligados a aguantar en su día a día. En julio de 2011, cuando el mercurio en el exterior de la cárcel marcaba 46 grados, en el interior, y debido a la falta de corriente, se registraron 63 grados. Entonces los medios locales informaron de que los presos tenían que descalzarse porque las chanclas se les estaban derritiendo.
El sheriff justifica sus actos
“En las tiendas de campaña hay más de 50 grados, afuera unos 45. Está bien, nuestras tropas que luchan no cuentan con aire acondicionado en sus tiendas y, de paso sea dicho, los guardias viven sin aire acondicionado en las mismas condiciones que los reclusos”, argumenta Joe Arpaio, sheriff del condado de Maricopa.
Incluso tras estas rejas ser pobre e indocumentado es una barrera. Los presos no se libran de los abusos y denuncian que es imposible cubrir sus necesidades básicas con los precios que impone la prisión.
Pese a pasar varios meses detenidos en estas condiciones, para muchos la deportación a sus países de origen solo es un trámite, ya que afirman que lo primero que harán es volver a jugarse la vida cruzando por el desierto para regresar a Estados Unidos.