La guerra en Afganistán sigue afectando a la población civil. Las minas terrestres sembradas por los talibanes alrededor de las aldeas locales continúan matando y mutilando a ciudadanos comunes.
Los locales llaman a esta área “el jardín del diablo” puesto que las minas son como mortíferas plantas sembradas en el campo. Los vecinos dicen que ya hace mucho tiempo han perdido la esperanza de que estos artefactos desparezcan de sus vidas para siempre.
Según dice Amin Mudaqiq —el jefe de la oficina en Kabul de la Radio Azadi— las explosiones de minas son una cosa rutinaria de todos los días. “Por ejemplo, hoy se han reportado cuatro explosiones pero seguro que hubo estallidos que no fueron reportados. La mayoría de ellos mutila a gente inocente”, explica.
Rakhimulla Quasem fue una de las víctimas de esta terrible arma. Su vida cambió de forma irremediable cuando tenía sólo seis años. Debido a la explosión de una mina terrestre perdió sus manos y un pie. Él sueña con que la pesadilla de las minas en su país se acabe algún día. “Lo que pasó, pasó. Mi único deseo es que mi aldea esté libre de minas, así no habrá más niños heridos que tengan que sufrir como yo cuando perdí mis manos y pie”, afirma el joven.
Aunque hay muchas cifras sobre la población civil afectada por estas armas, la meta principal de las bombas de los talibanes siempre han sido y siguen siendo las tropas extranjeras.
Según un informe publicado ante el Congreso Norteamericano la precisión de este tipo de ataques está creciendo. Casi mil quinientos soldados murieron durante estos últimos ocho años dado que la cantidad de bombas terrestres se duplicó.
Mientras el presidente estadounidense decide enviar más tropas a Afganistán, los opositores vuelven a repetir que más de la mitad de todas las muertes fue causada por esas bombas terrestres.
Según estiman organizaciones internacionales, durante los últimos 20 años, aproximadamente 70 000 civiles fueron muertos o mutilados por minas terrestres. A pesar de los esfuerzos de las organizaciones que se ocupan de desmantelarlas, en Afganistán una zona del tamaño de Nueva York permanece sembrada con estos letales dispositivos.