Además de este conflicto territorial, la inmigración indocumentada también tensa las relaciones entre los dos países. Las fuerzas de seguridad española han interceptado dos pateras con 34 personas de origen magrebí a bordo, y hay más que permanecen en Marruecos con el deseo de entrar a España.
En las últimas semanas, más de 600 personas que sobreviven en el monte Gurugú, al lado de la frontera con España, intentaron cruzarla y 70 lo consiguieron. La mayoría de los inmigrantes de este grupo procede de Costa de Marfil, de donde huyen de la guerra, mientras que los demás intentan escapar de la miseria.
"Yo he tratado dos veces de entrar a España y la Guardia Civil me mandó afuera. Lo que le pido a la UE y a los españoles es solamente el permiso para entrar al país. Comeremos lo que Dios nos dé, pero si nos echan, nos entregan a los marroquíes, que nos van a apalear como perros, porque para ellos somos como perros”, cuenta uno de los inmigrantes.
La violencia contra los migrantes subsaharianos se ha duplicado en cuatro meses en esa zona de Marruecos, según la organización Médicos Sin Fronteras. La Policía marroquí a menudo barre la zona. Algunos acaban a 140 kilómetros, desterrados en Uchda, una ciudad en el este de Marruecos en la frontera con Argelia. Allí viven confinados en la Universidad Mohámmed I, el único lugar donde están más o menos protegidos.
Para escaparse de la violencia policial, los inmigrantes no tienen más remedio que saltar la valla entre España y Marruecos, de seis metros de altura, unida por un entramado de cables de acero. Es la última barrera entre África y Europa que consiste de 12 kilómetros de hierros y alambres.
Abdelmalik el Barnaki, un delegado del Gobierno español en Melilla, afirma: “No están entrando de una forma correcta sino que están violando la frontera de un país que es soberano y que tiene que defenderla. No vienen pidiendo permiso para que se les abra la puerta, sino que vienen saltando la valla”. Los refugiados, en tanto, dicen encontrarse en peligro mortal: “Somos clandestinos, nuestra situación es crítica. Realmente la vida aquí no es fácil, los militares nos desgastan. Vivimos atormentados”.