El Gobierno estadounidense alega que son máquinas de matar "ultraprecisas". Activistas de derechos humanos afirman que "están cubiertas de sangre de niños". Sin embargo, la realidad es que nadie sabe cuántas vidas de milicianos insurgentes y cuántas de civiles segaron los ataques con aviones no tripulados en países como Pakistán o Somalia.
Ni el Gobierno estadounidense ni las agencias independientes han recopilado todas las pruebas del daño que causan los incesantes ataques de drones en las zonas tribales pakistaníes. La mayor parte de las pruebas se transmiten de terceras manos, o son denunciadas "en condiciones de anonimato" por algún soldado local a un reportero que se encuentre en un sitio distante. Las informaciones varían mucho y son más bien conjeturadas.
Esta es una de las tantas conclusiones que sacaron los autores de un informe sobre la guerra encubierta que se lleva a cabo en varios lugares del planeta con aviones no tripulados. Valiéndose de material recogido en decenas de entrevistas realizadas a residentes del noroeste de Pakistán, epicentro de los ataques, el Centro para los Civiles en Conflictos y la Escuela de Derecho de Columbia esbozaron un cuadro detallado del impacto sobre los civiles de la actividad quizá más controvertida de la administración de Obama.
En mayo de este año un funcionario del Gobierno de Obama le dijo a 'The New York Times' que las bajas de civiles pakistaníes en los ataques con drones no son significativas. Sin embargo, la Oficina de Investigaciones Periodísticas estima que al menos 447 civiles murieron por las incursiones de esos robots aéreos en los años que lleva la campaña en el vecino Afganistán.
Según la directora ejecutiva del Centro para los Civiles en Conflictos, Sarah Holewinski, uno de los resultados de las guerras secretas es que "nadie sabe cuántos civiles perdieron la vidas en los ataques con drones. Nadie lo quiere decir: ni la Administración Obama, ni el Gobierno de Pakistán, ni los medios de difusión".
"A diferencia de los militares, relativamente transparentes en sus estimaciones e investigaciones en Afganistán, la CIA y las fuerzas especiales son como un agujero negro", señaló.
Sin embargo, el costo de los ataques con drones podría medirse no solo en cadáveres sino en el impacto psicológico. Un investigador británico de un fondo de beneficencia habló con una persona, Tariq Aziz, poco antes de que muriera en uno de estos ataques en marzo del 2011. "Me dijo que en horas de noche le estaban volviendo loco, quitándole el sueño", señaló.
Quizá alguna de las razones de ello es que el mando de operaciones aéreas estadounidense considera a cualquier hombre en "edad militar" en regiones hostiles es un objetivo legítimo objeto de los aviones no tripulados.
"Este vacío de responsabilidad podrá conllevar rabia, desesperación y hasta odio, dirigido contra su propio Gobierno o contra EE.UU", concluye el informe.