Siendo solo un niño de 10 años el Ejército le torturó, él intentó explicarles a los soldados que no tenía nada que ver con ningún grupo guerrillero, pero no le creyeron. El propósito de tan brutal práctica era obtener información sobre las FARC pero el efecto que consiguió fue muy diferente.
“Las torturas eran, por ejemplo, golpearnos en el abdomen con la culata del fusil, nos enterraban agujas en los dedos de las manos y en los testículos […] Eso me generó a mí un resentimiento fuerte hacia el Estado”, cuenta Leonardo sobre la situación que le condenó a vivir una infancia marcada por la violencia.
Poco después de su ingreso en el grupo, las armas sustituyeron a los libros. “Una de las materias era la cátedra Bolivariana, donde enseñaban a ser guerrilleros a los niños, a amar la guerrilla”. Cinco largos años estuvo Leonardo en las FARC, extorsionando, colocando bombas y realizando actividades de combate.
Pero un día el Ejército lo capturó y él presagiaba nuevas torturas. Sin embargo, lo que se encontró fue una reacción muy diferente: los soldados le tienden la mano y le explican que al ser menor es considerado una víctima del conflicto y pese a su pasado guerrillero, el Gobierno tiene un plan específico para que jóvenes como él puedan reinsertarse en la sociedad.
Aunque en un primer momento no sabía si fiarse de los uniformados, Leonardo decidió participar en este proceso. “Dejar las armas es un proceso largo y difícil para aquellos que siempre han tenido que vivir en entornos violentos, el rechazo a las instituciones y el miedo a las represalias suele marcar los primeros momentos de esta etapa de transición”, dice explica.
Para ayudar a los ex guerrilleros a rehacer sus vidas, el Gobierno ha puesto en marcha numerosos programas con la Agencia Colombiana de Reinserción. Desde el año 2002 en Colombia los ex guerrilleros pueden acudir a las instituciones para dar un giro de 180 grados a sus vidas. Y eso es exactamente lo que hizo Leonardo, que se siente afortunado de haber podido contar con el apoyo de la agencia.
En un primer momento se tratan los aspectos psicológicos de los ex guerrilleros, que suelen tener paranoias, ansiedad o estrés postraumático. Además, hasta el 45% son menores de edad que arrastran traumas, por lo que han visto truncado su desarrollo. Una vez superada esta fase los educan y los forman para que puedan encontrar un empleo, algo muy difícil ya que, según cálculos de esta institución gubernamental, el 67% de los que acuden a ella son analfabetos y no tienen habilidades laborales.
Aunque los desmovilizados no solo deben superar sus propias carencias, la sociedad también necesita educarse para aceptarlos como iguales. Pero desde varios sectores se critica al Gobierno asegurando que solo pone en marcha este tipo de programas para darse una publicidad positiva y que en realidad no se traducen en resultados definitivos.
“La gran mayoría de los reinsertados termina de nuevo al margen de la ley o alimentando diferentes lógicas de criminalidad por no decir que el Gobierno no cumple con la mitad de las cosas que les dicen”, subraya David Flores, portavoz de Marcha Patriótica.
La agencia se defiende afirmando que es imposible seguir todos los casos y que 55.000 personas se han acogido al programa de reinserción desde que este arrancara hace más de una década. Por su parte Leonardo lo tiene claro: “La reintegración me ha transformado la vida, a pesar de ser un proceso social que puede tener sus dificultades y carencias, nos han tendido la mano y nos han sacado adelante”.
Tras mucho sacrificio derrumbando estereotipos y superando traumas, Leonardo ya ha completado sus estudios universitarios y tiene un trabajo de organizador social. Ayuda a otros desmovilizados y también a niños pobres para que nunca escojan el camino de las armas. Su sueño no es otro que poder ver algún día una Colombia unida y en paz.