Los caballos "están muriendo a miles debido a la falta de alimentos y de agua. La destrucción de las fuentes de agua en particular tiene una gran influencia en los animales nativos", comentó a principios de mes David Ross, el director del Consejo Central de Tierras, responsable de la iniciativa.
A su juicio, al no existir infraestructura para encerrar temporalmente a los caballos, ya que la zona es desértica y de difícil acceso, su sacrificio es una solución correcta. "Nadie quiere verlos sufrir, sobre todo los dueños tradicionales de la tierra que aman a los caballos, pero ellos son conscientes de las consecuencias derivadas de un descontrol de su población", destacó.
Nada más anunciarse la medida, empezaron las protestas de organizaciones de defensa de los animales y de asociaciones ecuestres. Así, la Sociedad de Caballos Waler de Australia asegura que el sacrificio no es "humanitario", porque provoca una muerte lenta a los caballos heridos y, al quedar a la intemperie los cadáveres, ello genera un aumento de perros y gatos salvajes, también nocivos para el ganado.
Además, los defensores de los animales esgrimen que los caballos de raza Waler forman parte del patrimonio australiano, porque descienden de los primeros ejemplares llevados a la isla-continente por los primeros colonos y tuvieron un papel importante en la exploración, supervivencia y desarrollo del país en particular.