La lápida del sepulcro está adornada, entre otras figuras con aspecto de fieras, con símbolos icónicos de la antigua cultura china, que representan las cuatro estaciones del año y al mismo tiempo las cuatro partes del mundo. Son el tigre blanco del oeste (otoño), el ave bermellón del sur (verano), la tortuga negra del norte (invierno) y el dragón azul del este (primavera).
La apertura del cementerio data de una época en que la ciudad de Kucha se encontraba en el auge de su poderío e importancia, alrededor del año 300 d. C. En un principio se enterraba allí a la gente acomodada, cree el director del Instituto Arqueológico de Sinkiang, Zhiyong Yu. Pero cada tumba fue usada más de una vez y por los restos óseos se puede calcular que hasta diez veces, dijo al periódico digital 'China Topix'. Además, las tumbas fueron saqueadas en más de una ocasión.
Hasta el momento han sido excavadas diez tumbas, siete de las cuales constaban de grandes estructuras de ladrillo. Pero no hay ninguna que cuente con una escritura. Y sólo el sepulcro mencionado, que contiene dichos petroglifos y está marcado por los arqueólogos como M3, ofrece una clave para el misterio de su atribución.
Podría tratarse de un viajero que no supervivió a los sufrimientos del camino más largo que conocía la Antigüedad y la Edad Media. Del mismo modo, toda la necrópolis podría estar asociada con los caminantes de la Ruta de la Seda. Aunque también podría ser el camposanto de la nobleza local, admiten los científicos.
La ciudad de Kucha (también conocida como Qiuci, actualmente parte céntrica de la región autónoma Uigur de Sinkiang) fue durante siglos un influyente centro del budismo. Durante un tiempo fue la capital de un reino independiente, pero establecer control sobre ella era una tarea estratégica para muchas dinastías chinas.