Invisible para algunos, pero bien encarnizada para los científicos, se libra una lucha por la capacidad de los pterosaurios, reptiles desaparecidos hace 75 millones de años. La discusión es si podían o no volar.
Hasta ahora, los paleontólogos no coincidían en la opinión sobre la capacidad de estos gigantes para despegar en vuelo. Hace poco, el científico estadounidense Michael B. Habib había pregonado que estos reptiles sí volaban, y además no eran torpes, sino muy amaestrados. Más tarde, la misma idea fue seguida por el británico Mark P. Witton, dando nacimiento a la teoría del recorrido de despegue de aquellos animales.
Colin Palmer, ingeniero y ahora estudiante de paleontología de la Universidad de Bristol, comparte algunos elementos de la teoría de sus colegas, pero no está de acuerdo con todas sus suposiciones. Por una parte, Palmer está seguro de que estos gigantes de la era mesozoica, de 200 kilos de peso y de 12 metros de envergadura, podían volar, cosa que antes parecía imposible, dado su peso. En base a su experiencia en ingeniería, Palmer diseñó y reconstruyó las alas de los pterosaurios, usando como material resina y fibra de carbono y las sometió a la prueba en un túnel de viento.
Su vuelo era bastante lento. La geometría de sus alas variables (por cierto, fuente de inspiración de los diseñadores de aviones) también permitía a los pterosaurios aterrizar muy suavemente, reduciendo el riesgo de romper sus huesos tan finos. Esto da una idea de cómo ellos se conviertieron en los más grandes animales voladores en la historia de la Tierra.
Palmer sacó la conclusión de que las alas de los pterosaurios funcionaban como unas muy finas velas que se adecuaban para planear por la corriente ascendente, a diferencia de las actuales aves marinas, llevadas por la fuerza muscular.
Un estudio de fósiles de pterosaurios realizado por Palmer demostró que lo único que no podían hacer los monstruos voladores era volar durante tempestades, caso contrario huebiesen roto sus finas alas y huesos. Sin embargo, esta conclusión contradice las deducciones de Michael B. Habib, que está seguro de que estos reptiles desaparecidos hace 75 millones de años podían cubrir sin escala distancias de unos 15.000 kilómetros.
Solo el descubrimiento de fósiles óseos bien conservados serían capaces de poner fin a esta, al parecer, terminada discusión.