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La civilización modifica el cuerpo humano

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Los científicos obtienen cada vez más datos sobre la influencia que ejerce la civilización sobre los cuerpos humanos. En un artículo publicado en la revista New Scientist, se explican recientes estudios sobre los cambios que experimentó el organismo humano durante los últimos miles de años.

Los científicos obtienen cada vez más datos sobre la influencia que ejerce la civilización sobre los cuerpos humanos. En un artículo publicado en la revista New Scientist, se explican recientes estudios sobre los cambios que experimentó el organismo humano durante los últimos miles de años.

Algunas de estas alteraciones pueden tener origen genético, que en este caso sería un ejemplo de la microevolución. Así, el gen que dio a la humanidad la capacidad de digerir la leche después de la edad infantil, el hombre lo adquirió solamente hace varios miles de años, al iniciarse la domesticación de animales. Sin embargo, los investigadores suponen que algunas otras transformaciones de nuestros cuerpos son temporales y se podrían revertir si regresáramos a las condiciones de vida de la Edad de Piedra.

El conocimiento sobre cómo la adaptación a la vida civilizada hace al hombre más vulnerable a unas enfermedades y resistente a otras, es una parte importante de la medicina evolutiva, la nueva disciplina científica que estudia la salud desde el punto de vista de la teoría de la evolución. A esta nueva ciencia se dedica el trabajo del Centro de Medicina Evolutiva en Zurich, Suiza, encabezado por el anatomista Frank Ruhli.

El estilo de vida del ciudadano medio de la civilización occidental conlleva cambios no solamente en su cintura, sino también en su altura, músculos y sistema sanguíneo y hormonal. Uno de los ejemplos obvios de esos cambios es que los seres humanos occidentales se hicieron más obesos, debido a una dieta rica en calorias y un estilo de vida menos activo. Una tendencia menos conocida es que nos hicimos menos musculosos, más que probablemente porque usamos cada vez menos nuestros músculos. Y los huesos, que ya no se ven forzados a soportar músculos grandes, también se han hecho más largos y delgados.

Christopher Ruff, de la Universidad John Hopkins de Baltimore (EE. UU.) junto con su equipo estudió cerca de 100 ejemplares de piernas humanas fosilizadas a lo largo de los últimos tres millones de años. Los investigadores registraron que en el periodo entre hace 2 millones y 5.000 años, la solidez de los huesos se redujó en un 15%, y luego esta tendencia se aceleró, porque en los posteriores 4.000 años se volvió a reducir en otro 15%. El experto opina que esto sucedió cuando el hombre empezó a utilizar herramientas que permitían la reducción de la aplicación de su fuerza, desde los arados a los coches. Nuestra supervivencia dejó de depender tanto de nuestra fuerza.

Los científicos todavía no pueden establecer con certeza qué parte de este proceso se debe a los cambios genéticos. Sin embargo, han comprobado que un ser humano moderno todavía puede mantener e incluso aumentar la solidez de sus huesos, como lo hacen los deportistas. Eso significa que si regresáramos a la Edad de Piedra y tuviéramos que caminar largas distancias, podríamos desarrollar unos huesos más resistentes. Por cierto, en los hombres antiguos la fractura de cadera era menos habitual que en nuestros contemporáneos, siempre teniendo en cuenta que la esperanza de vida en aquellos tiempos era también mucho más corta.

La civilización alteró no solamente el aspecto humano, sino también el tamaño de las familias, lo que a su vez provocó la alteración del nivel de los estrógenos en las mujeres. Estas hormonas se asocian con la densidad de algunos huesos del cráneo, por lo que los científicos pudieron comparar su nivel en varias épocas gracias a los fósiles. Las mujeres de las sociedades basadas en la caza y recolección normalmente tenían seis o siete niños, y pasaban la mayor parte de su vida entre el embarazo y el amamantamiento, lo que disminuía su exposición al estrógeno. En cambio, las mujeres modernas tienen familias menos numerosas, amamantan durante sólo algunos meses y estas condiciones, junto con el estilo de vida sedentario y el uso de anticonceptivos hormonales, aumentan los niveles de estrógenos y el riesgo de cáncer de mama.

Asimismo los investigadores indican que el hombre experimentó algunos cambios aún más enigmáticos. Por ejemplo, desarrolló nuevas arterias en las manos y cambió también la estructura de la aorta. Incluso las huellas digitales son propensas a cambios bastante rápidos.

Ahora el grupo de Ruhli espera establecer el periodo de aparición de una mutación genética que ayudó a sus portadores a combatir la malaria, a pesar de estar vinculada a una variación grave de la anemia. Para esto los científicos estudiarán las momias de antiguos mineros encontradas en unas minas de sal en Irán. 

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