Un equipo dirigido por Angelo Rubino, de la Universidad de Venecia, sumergió a una profundidad de unos 3,5 kilómetros en el Mar Jónico un conjunto de complejos instrumentos diseñados para medir la temperatura y la velocidad de la corriente. El objetivo era encontrar un lugar adecuado para que el observatorio submarino NEMO (Neutrino Mediterranean Observatory) hiciera un seguimiento de partículas cósmicas de alta energía.
El análisis de los datos obtenidos por estos aparatos mostró que en esta región, a una profundidad de más de 3 kilómetros, hay una cadena de remolinos ciclónicos y anticiclónicos. Cada uno de ellos es de unos 10 kilómetros de diámetro. La cadena se mueve muy despacio, a una velocidad aproximada de 3 centímetros por segundo.
Según los científicos, estos remolinos se generan en la misma región del Mar Mediterráneo. Los expertos no excluyen que aparezcan por la influencia de la inestabilidad de los procesos hidrodinámicos en las profundidades de los mares Adriático y Egeo.
Estos procesos pueden dar lugar a estructuras de remolinos capaces de moverse a cientos de kilómetros sin perder velocidad y potencia.