Se trata de una veintena de bacterias extremófilas (el término se refiere a los microorganismos que crecen en los lugares donde hasta hace poco tiempo se pensaba que era imposible que hubiera vida) detectadas en los suelos minerales a una altura de unos 6.000 metros sobre el nivel del mar. Un 5% de la secuencia de ADN de su genoma no tiene nada que ver con ninguna otra bacteria del mundo.
La comunidad microbiológica descubierta es única en muchos sentidos. Es el ecosistema terrestre más alto jamás estudiado y habita en una de las más duras condiciones medioambientales de toda la Tierra.
Tiene que hacer frente a fluctuaciones diarias de temperatura que pasan por el punto de fusión y tienen unas amplitudes de hasta 70 grados Celsius: entre 10 grados Celsius bajo cero y 56 grados Celsius sobre cero. Se someten a una intensa radiación solar, con unos niveles ultravioleta que son 2 veces más altos que la norma.
Los suelos donde reside son extremadamente escasos de ‘alimentos’ y agua. El nitrógeno casi no se detecta, mientras que la única fuente de agua es la nieve, pero sucede muy raramente y casi de inmediato se evapora. Los períodos de vida activa de estas bacterias son cuando nieva. El resto del tiempo están ‘durmiendo’, estado que les dura años.
Los biólogos no descubrieron ninguna señal de fotosíntesis, de lo cual se concluye que las extremófilas reciben energía consumiendo dióxido de carbono y sulfuro de dimetilo que les suministran los gases volcánicos subterráneos cuando logran salir a la superficie. Acentúan que las bacterias de Atacama se desarrollaban aisladas del resto del mundo. Esperan que les ayudarán a resolver el mayor enigma de la historia: cómo apareció la vida en la Tierra, cómo los primeros microorganismos aprendían a ‘cooperar’ con la materia no viva para sacar de ella la energía que les permitía existir.