“Un corazón sano siempre es mejor que un motor. Pero un corazón enfermo asistido por esta bomba ayuda al funcionamiento del cuerpo y restablece la circulación sanguínea”, explica Gueorgui Itkin, jefe del laboratorio biotecnológico del Centro de Trasplantología de Órganos de Moscú.
El nuevo dispositivo tiene un nombre complejo para explicar su función: 'Aparato del sistema circulatorio basado en la implantación de una bomba de eje'. Estas palabras pueden causar algo de temor a los pacientes que buscan sanar este órgano vital, pero la esperanza de que un corazón semiartificial pueda regalar una nueva vida vence a todos los miedos. La bomba no reemplaza al corazón por completo, sino que potencia su funcionamiento dejándole descansar mientras el aparato cumple con sus funciones.
“Dependiendo de la enfermedad del corazón se puede esperar una recuperación parcial e incluso, en ocasiones, total de la función del miocardio, porque cuando está en ese estado privilegiado no cumple con su función y descansa”, afirma el director del Centro, Serguéi Gotié.
El proceso consiste en un sencillo paso: un pequeño motor se introduce en el ventrículo izquierdo del paciente y ayuda a la circulación de sangre. Cuando termina la operación, el día a día del paciente cambia drásticamente. Los chequeos médicos pasan a parecerse a un diagnóstico del mantenimiento de la maquinaria.
El dispositivo es un motor eléctrico cuyo rotor es una turbina que bombea la sangre. Tiene una entrada y una salida: dos tubos especiales, uno de los cuales se implanta en el ventrículo izquierdo y otro en la aorta ascendente. Y con su ayuda la sangre se bombea del corazón a la aorta. La bomba está alimentada por una batería que se recarga por un cable flexible que pasa a través de la superficie de la piel del paciente y sale al exterior de su cuerpo.
El invento pesa unos 200 gramos y su temperatura es similar a la del cuerpo humano. Los pacientes dicen que no hace ruido ni causa dolores. Además, al enfermo le dan una bolsa que tiene que llevar siempre consigo con todo lo necesario para que el funcionamiento de la máquina sea perfecto. Los especialistas ven en esta innovación una posibilidad de acabar, en el futuro, con los trasplantes de corazón.
Guennadi Babashkin de 67 años ha sido uno de los primeros en probar el invento y para él ha sido como volver a nacer: “Me di cuenta de que había tenido una suerte enorme, o sea, que iba a vivir”. En un futuro próximo muchos pacientes le podrán agradecer haber sido un pionero de este experimento.