Estos peces extraordinarios, que llegan a alcanzar unos siete centímetros de longitud, no solo carecen de ojos (un fenómeno que a menudo ocurre con organismos de agua subterránea), sino que la atrofia de este órgano va más allá de lo habitual: ni siquiera tienen una línea lateral que los peces utilizan como órgano especial del tacto, mediante el cual perciben las fluctuaciones del agua.
Soares descubrió que la función de esta línea lateral la asumieron pequeñas protuberancias de esmalte y dentina sobre la superficie de su cuerpo. Privados de ellos, los peces no podían mantenerse derechos nadando ni sujetarse a las rocas, ya que solo mediante ellos son capaces de percibir las oscilaciones en su alrededor.
Por ahora los científicos desconocen las razones de la desaparición de la línea lateral en esta especie. Según Soares, que publicó los resultados de su estudio en la revista Science, en las corrientes de la cuenca su función podría no ser tan eficaz.