El estudio se apoya en un experimento realizado en dos grupos de ratones alimentados durante seis semanas, uno con una dieta baja en grasa (el 1% de las calorías consumidas) y otro con una dieta alta en grasas, de las que se derivó el 58% de las calorías de su dieta.
Al final del estudio, los científicos comprobaron que aquellos roedores alimentados con mucha grasa aumentaron el 11% su talla de la cintura, índice insuficiente como para hablar de obesidad. No obstante, al analizar su cerebro, así como sus emociones y comportamientos, hallaron que los ratones alimentados con grasa presentaban una actividad química distinta en sus cerebros y mostraban más signos de abstinencia al volver a una dieta sana.
"El cambio de la forma de alimentación conllevó síntomas de abstinencia y aumentó la sensibilidad ante situaciones estresantes", explicaron los científicos, que encontraron en los ratones del segundo grupo niveles más elevados de la molécula CREB, que juega un importante papel en el metabolismo.
La investigadora y doctora Stephanie Fulton destacó que una dieta alta en grasa hace que la CREB aumente el nivel de corticosterona -una hormona asociada al estrés-, al mismo tiempo que reduce casi a cero la producción de dopamina, hormona de la felicidad, lo que explica tanto la depresión como el ciclo de comportamiento negativo.
"Resulta interesante que estos cambios ocurran antes de alcanzarse la obesidad. Estos hallazgos suponen un reto a nuestro conocimiento sobre la relación entre la dieta, el cuerpo y la mente", concluye Fulton.