Hace una década el neurofisiólogo Miguel Nicolelis enseñó a Aurora cómo divertirse con un videojuego usando un joystick. Mientras se ocupaba en eso, atada a una silla, unos dispositivos especiales registraban las señales enviadas por su cerebro a su brazo izquierdo con las instrucciones para manejarlo.
Las señales fueron procesadas por una computadora, para que luego se pudiera reconocer también las instrucciones que Aurora enviaría a un brazo robótico. Y en la siguiente etapa del experimento la mona tenía sus brazos libres, pero la pantalla delante de ella le ofrecía una buena oportunidad para activar su ‘sexto sentido’. En ausencia del joystick poco a poco empezó a mover una extremidad virtual que veía en la pantalla y jugar con su ayuda.
“El modelo de sí misma que Aurora tenía en su mente se expandió para obtener un brazo más”, comentó Nicolelis en una conferencia transmitida por el portal científico ted.com. La mona, afirmó, no perdió el uso de sus otros dos brazos, que podía seguir empleando para rascarse o tomar zumo.
Pero la cima del experimento era capacitar al animal hasta un grado cuando pudiera poner en movimiento un robot bípedo entero. Y eso también se logró, aunque no se evitó que aplicara esfuerzos físicos. Para que la mona pudiera concentrarse en los movimientos del humanoide metálico que veía frente a sus ojos a través de una pantalla, resultó necesario que ella misma corriera sobre una máquina trotadora.
Cabe destacar que el robot se encontraba en esos momentos a muchos miles de kilómetros de distancia del animal: en la Universidad de Kyoto, Japón. Los científicos de allí habían logrado ensamblarlo para que fuera lo bastante susceptible para procesar las instrucciones que recibía del cerebro de un mono y lo bastante equilibrado para no caerse por los movimientos bruscos del pensamiento.