La televisión es persuasiva. Es mucho más fuerte que la razón y la ética. A los participantes de los programas de televisión se les convence fácilmente para realizar cualquier acto cruel. Estas fueron las conclusiones que sacaron los periodistas franceses que filmaron un polémico documental, transmitido el 17 de marzo por la noche por la televisión de este país.
Un grupo de directores y psicólogos franceses se preguntó hasta qué punto podría influir la televisión al espectador y convocaron a 80 personas a participar en un ficticio show televisivo, llamado 'El juego de la muerte'. Los participantes debían aplicar corriente eléctrica a sus oponentes si estos últimos daban una respuesta incorrecta a la pregunta del presentador. El estudio estaba lleno de público que, entusiasmado, exigía el castigo. Ni estos 80 participantes, ni los espectadores sabían que todo era un montaje y las presuntas víctimas eran actores profesionales, entrenados para fingir su sufrimiento y hasta la muerte. Todo parecía real. Al final del experimento los organizadores se vieron con unos resultados muy contundentes: el 80% de los participantes cumplió su cruel tarea. No se atrevió a decir “no” al público ni al presentador y, siguiendo sus instrucciones, pulsó el interruptor.
El productor del espectáculo, Christophe Nick, informó que de los 80 participantes sólo 16 se negaron a hacer daño a sus víctimas.
Comportamiento similar al de los nazis
Los directores del controvertido documental se basaron en un experimento del científico estadounidense Stanley Milgram de la década de los 60, que, después del periodo nazi, decidió demostrar que casi todas las personas pueden llegar a obedecer a una autoridad en vez de escuchar a su propia conciencia. El investigador escogió a varias personas, consideradas disciplinadas y sin inclinaciones sádicas, para que participaran en un asesinato masivo. En aquél experimento el 62 % de los participantes se decidieron a torturar a sus víctimas con descargas eléctricas. Antes de iniciar la prueba los científicos estaban casi seguros de que la gran mayoría se negaría a participar y de que sólo los psicópatas clínicos podrían accionar el interruptor y hacer daño a otra persona. Sin embargo, el miedo subconsciente de no cumplir con las condiciones del experimento y la presión que ejercían las órdenes de los investigadores, resultaron más fuertes que toda la razón junta.
Los psicólogos afirman que el comportamiento demostrado por la mayoría de los participantes de ambos experimentos es similar al de los soldados nazis que en la época de la Segunda Guerra Mundial asesinaron a miles de reclusos en los campos de concentración.
"No quería interrumpir el espectáculo"
No, obstante, el fenómeno de los participantes del show televisivo es algo más que una sumisión ciega a las órdenes. “La cosa está en el poder del sistema, un sistema global llamado televisión”, declaró Christophe Nick .
Una participante del show después de la filmación anunció que lo ocurrido le ayudó a entender por qué los nazis habían torturado a sus abuelos judíos. “Desde la infancia me pregunto por qué los fascistas hacían esto y cómo podían obedecer órdenes tan crueles. Ahora, mire, yo misma obedecí. Estuve muy preocupada por mi víctima, pero al mismo tiempo tenía miedo de interrumpir el programa”, confesó.
Das experiment
El psicólogo estadounidense Philippe Zimbardo fue el primero en explicar cómo y por qué la gente común y corriente se puede convertir en psicópatas y sádicos. Hace más de 30 años en la Universidad de Stanford llevó a cabo un experimento que luego ha sido la base para una película, llamada 'Das experiment'.
Zimbardo eligió a 20 voluntarios entre los estudiantes, que al parecer eran psicológicamente estables y maduros. Los participantes fueron divididos en dos grupos: a unos les ofrecieron interpretar el papel de presos durante dos semanas, mientras que otros serían carceleros.
A los que les tocó ser reclusos los arrestaron policías reales, les imputaron delitos, tomaron sus huellas dactilares y los llevaron a una cárcel ficticia, construida en el sótano de la facultad de Psicología de la Universidad de Stanford. Allí les quitaron la ropa y todos sus efectos personales, les vistieron con uniforme de presos y engancharon sus pies con una cadena y grilletes de hierro, para que no se olvidaran de dónde estaban incluso cuando dormían.
Los participantes 'carceleros' también recibieron su uniforme, anteojos oscuros, pito y garrote, con el cual tenían que mantener la disciplina y reprimir las intenciones de fuga. También les prohibieron tratar violentamente a los presos.
El objetivo del experimento fue entender cuál es el motivo de la violencia que reina en las cárceles: el carácter de sus habitantes o el ambiente psicológico específico.
Finalmente Zimbardo concluyó que en una batalla entre personas buenas y una situación pésima, gana la situación.
Durante los seis días del experimento todos los carceleros esporádicamente humillaron a los reos, les pegaron, les extendieron la comida por toda la cara y les obligaron a permanecer de pie toda la noche. El nivel de crueldad de los carceleros crecía día a día mientras que los reclusos iban siendo más pasivos y sumisos.
La razón es el poder
“En unos días los 'vigilantes' que al principio parecían ser adecuados, empezaron a actuar como si fueran unos locos, psicópatas y sádicos”, escribió Zimbardo.
Esta metamorfosis tan extraordinaria fue provocada por el poder. Al principio del experimento, el poder fue para los carceleros nada más que un instrumento de control de los presos. Pronto, el poder en sí empezó a darles satisfacción. Esto lo admitieron hasta los participantes que se consideraban pacifistas, incapaces de torturar.
Zimbardo se vió obligado a concluir su contorvertido experimento antes de la fecha establecida inicialmente. El científico se dio cuenta de que se habían pasado de la raya, cuando llevó a su novia a mirar “este circo”. La mujer se puso a llorar y dijo: “Lo que hacen con estos chicos es terrible”. El autor de la idea ya estaba tan acostumbrado a lo que pasaba a su alrededor que todo le parecía absolutamente normal.