El Instituto Nacional de Corazón y la Agencia de Energía Atómica, ambas entidades financiadas por el Estado, desarrollaron entre los años 1967 y 1977 proyectos con la ambición de usar la energía generada por la desintegración radiactiva del isotopo plutonio-238 para que el corazón artificial bombeara sangre sin necesidad de recargar el motor mediante fuentes externas.
La profesora de Historia de la Medicina de la Universidad de Ontario Occidental Shelley McKellar habla sobre esos ambiciosos proyectos en un artículo de la revista ‘Technology and Culture’.
Dos empresas, Westinghouse Electric y McDonnell-Douglas, desarrollaron sus conceptos para el proyecto gubernamental asegurando que la energía nuclear “es la única solución para el problema energético de dispositivos implantados", señala Shelley McKellar, añadiendo que hasta hoy en día el implante de corazón ideal sigue siendo el órgano de otra persona.
En aquella época, se investigaban numerosas posibilidades para aplicar la energía atómica, no solo en centrales nucleares. “Siempre estuvimos atentos a los nuevos problemas para aplicar nuestras soluciones", decía el coordinador del proyecto de la Comisión para la Energía Atómica, William Mott, citado en el artículo de McKellar.
Pese al optimismo inicial de los científicos, el programa se cerró debido a las dificultades técnicas para afrontar el desafío, las luchas internas en el Gobierno y el cambio de la opinión pública sobre la energía nuclear y sobre el trasplante de órganos, entre otros factores, concluye McKellar.