James Joyce: el maestro del revolucionario monólogo interior
Cada nación y época tiene a su Homero. La versión irlandesa, según los críticos de literatura, es James Joyce. Hoy se conmemoran los 70 años de su muerte. Con su 'Ulises' provocó lo que después llamarían una revolución en la literatura mundial.
“La conciencia creativa de nuestra época es Joyce. Después de él o Marcel Proust, Franz Kafka y Thomas Eliot, es imposible escribir como si nunca existieran. Revelaron las realidades internas más profundas que esa realidad externa que valoramos tanto”, destacó el escritor y filósofo ruso Ígor Garin.
Pero es Joyce a quien inscriben como autoridad de la revolución literaria, a pesar de que muchos componentes innovadores de su libro ya abrían nuevas puertas hacia la existencia espiritual humana, en obras de sus contemporáneos o antepasados (Marcel Proust, Virginia Woolf, David Herbert Lawrence, Gertrude Stein, entre muchos otros).
“Todos ellos aprendían una nueva dimensión para conocer al ser humano, su profundidad espiritual. Todos lo retrataban vivamente con palabras o sonidos. Pero es Joyce, y no ellos el que escribió 'Ulises'. Joyce, no ellos, semihambriento y semiciego miró a las profundidades de la gente y los iluminó vivo y cierto con su palabra”, destacó Garin en su investigación 'El siglo de James Joyce'.
'Ulises', publicado en París en 1922, es la novela más audaz y discutida de la literatura contemporánea. Mientras para unos es una obra maestra, para otros, se trata de un libro complicado, ilegible, del que se ha exagerado su valor.
La novela no tiene un argumento definido, narra un día de la vida de Leopold Bloom y Stephen Dedalus, ambos alter egos de Joyce. Autor irreverente, el texto parece caótico, incluso se le tildó de obsceno. De hecho, estuvo prohibido en EE. UU. y en Inglaterra no se publicó hasta 1936.
A pesar de esto, se destaca que es muy intelectual. Lo más innovador de 'Ulises' es la utilización de estilos diferentes, en especial el monólogo interior, una forma de exponer pensamientos desordenados, con constantes cambios de tema y sin aparente relación, para representar saltos de conciencia, ideas rotas y el cambio brusco de los estados de ánimo.
"La conciencia no se muestra a sí misma como cortada a trozos. Las palabras 'cadena' o 'tren' no la describen correctamente… No tiene nada a lo que pueda estar vinculado, mejor dicho fluye", escribió a finales del siglo XIX el filósofo estadounidense William James. Después, Édouard Dujardin añadió en sus investigaciones teoréticas que el monólogo interior es interesante no por la ausencia de una lógica que organice las ideas, sino porque la selección de éstas pasa no por la lógica, sino por el orden en que aparecen en la cabeza del héroe: "James Joyce trataba de reflejar justamente eso, menospreciando todo lo que le parecía secundario, sea verosimilitud, coherencia u objetividad. No necesitaba los atributos, solo vida. La vida de la conciencia".
En 'Ulises' usa muchas asociaciones ricas y alusiones a otras épocas, conceptos, nombres: el intelecto de Joyce reúne en su libro desde mitos antiguos hasta alusiones a Dante y las teorías de Sigmund Freud, para "penetrar en las capas psicológicas del ser racional. La polifonía de su pensamiento, de su idea, consigue llegar a un límite todavía insuperado por otros escritores”.
Dicho manuscrito está lleno no de hechos, sino de psicología. Tiene un carácter multiaspectual e introvertido, lo que ya antes se destacaba en las obras de Henry James. Después de escritores como James y Joyce "el deleite estético, si esta palabra es oportuna aquí, ya no se puede obtener entre tanto, de paso. Hay que trabajar, martirizarse con el autor, sufrir como él y solo entonces, ojalá…”, afirma Garin.
"Claro, leer a Joyce es difícil. Pero ¿es fácil aprender física o una lengua, dominar el ordenador o el violín? El arte no es diversión, sino trabajo, y no solo de su creador, sino también de su consumidor intelectual. Tocar un violín o teclear un ordenador lo puede hacer cualquier persona, pero solo el entendimiento de la música virtuosa o la creación de virtuosos programas digitales, son el destino de minorías selectivas. Sólo a estas minorías selectivas está orientado Joyce y destaca que sobre los escritores para el pueblo común, deben estar los gigantes para los humanos de espíritu y los refinados amantes de la literatura. Leer y amar a Joyce es signo de exclusivismo. Pertenecer a su mundo es un alto honor. Y no es el caso de una percepción infantil: la mayoría de los adultos que nunca salen del mundo espiritual de los niños, no entienden a Joyce por completo, Joyce es como si no existiera para ellos, como el físico Albert Einstein o el compositor Arnold Schoenberg no existe para los pueblos africanos como los bosquimanos (los San) y hotentotes”.