La sede de la Stasi, la temida policía secreta de ex República Democrática Alemana (RDA) ha sido convertida en un museo abierto para el público.
Hasta la inolvidable noche del 9 de noviembre de 1989, cuando se vino abajo el muro de Berlín y todas las líneas divisorias de Europa, el macabro edificio gris que acogió la sede de la Stasi fue una fortaleza que albergó secretos candentes de la Guerra Fría e infundió miedo y respeto a los alemanes del este, atemorizados por este servicio secreto ciertamente fuerte y profesional, como todo lo alemán.
Los visitantes del museo podrán ver, ya sin temor, las máquinas eléctricas de escribir marca Optima y la mesa de escribir de Erich Mielke, legendario jefe de Stasi entre 1957 y 1989, héroe de la lucha antifascista y de la Unión Soviética. En su restaurada oficina se encuentra un antiguo aparato de televisión Philips (un lujo para los ciudadanos de la RDA en aquella época) y un cuadro de su pintor predilecto Wolfgang Frankenstein. Las oficinas del general Mielke se salvaron de puro milagro cuando miles de ciudadanos asaltaron el cuartel general de la Stasi el 15 de enero de 1990, muchos de ellos deseosos de quemar los archivos de la organización para así enterrar definitivamente su colaboración con Stasi (o posiblemente otros delitos que figuraban en los archivos).
Actualmente los especialistas están reconstruyendo y digitalizando los archivos de Stasi que sus empleados no pudieron eliminar antes de que dejara de existir la RDA. El trabajo es abrumador. En total no se pudo (por falta de tiempo) quemar unos 15.500 sacos con documentos, cada uno de los cuales contiene cerca de 80.000 carpetas.
Después de la unificación de Alemania el general Mielke pasó dos años encarcelado, de 1993 a 1995, por el asesinato de dos oficiales de la policía, cometido en 1931. Falleció en 2000 a los 92 años.