Cuando el 30 de diciembre de 1939 el club nocturno Tropicana abrió sus puertas en un jardín frondoso de la Habana, la Segunda Guerra Mundial estaba desencadenándose en Europa, ‘Lo que el viento se llevó’ acababa de conquistar al público estadounidense, y el joven rebelde llamado Fidel Castro acababa de cumplir 13 años.
Tantas cosas han cambiado en los 70 años transcurridos, pero el ‘show’ de Tropicana sigue siendo el mismo. Esta semana el club festejó este gran aniversario con la misma celebración glamurosa y llena de ‘kitsch’, pecado y sensualidad, lentejuelas, plumas, coristas y ritmos latinos que lo convirtieron en uno de los más famosos e infames destinos nocturnos del mundo.
En la fiesta celebrada el lunes por la noche, cerca de 850 invitados, turistas, oficiales del Gobierno e invitados especiales vieron el tributo a personajes legendarios de Tropicana como Nat King Cole y Rita Montaner, y escucharon el pulso de la salsa, la samba y el son cubano. En la programación había una ‘big band’, un contorsionista, la interpretación de ‘The Banana Boat Song’ a ‘capella’ y un dúo de acróbatas en maillots. Y, por supuesto, había un ‘show’ de coristas. Las chicas vestían preciosos trajes de mariposas, los cambiaron por el atuendo de los matadores, luciendo después unos biquinis de tanga con lentejuelas doradas y plateadas.
El espectáculo ha sido un éxito, como siempre pasa en Tropicana que se anunciaba como “un paraíso debajo de las estrellas”. “Es uno de los principales destinos turísticos en Cuba”, dijo María Elena López, la viceministra de Turismo de la isla que acudió al ‘show’. David Varela, el director de Tropicana desde 2003, dijo que en 2008 el club batió el récord llegando a la cantidad de 200.000 visitas. La crisis económica mundial y el descenso del turismo a causa de la epidemia global de la gripe porcina disminuyó esa cifra en 2009, que, según el director, alcanzará las 150.000.
El club tiene cabida para 1.500 personas, aunque la capacidad normal es de 850. Las entradas cuestan alrededor de 80 dólares (56 euros) e incluyen una cena -es de lo más caro que se paga en La Habana-. Los espectáculos comienzan alrededor de las 10 de la noche y duran hasta la madrugada. Para los que están dispuestos a pagar este precio, Tropicana ofrece un viaje cautivador como en los tiempos en que la isla era una pista de juegos de EE.UU., un lugar donde casi todo era posible y legal.
Tropicana fue inaugurada por el productor del mundo del espectáculo Víctor de Correa y dos operadores de casino, pero el club se hizo famoso una década más tarde cuando estaba bajo el poder de los ‘gangsters’ Santo Trafficante Jr. y Meyer Lansky, que junto con su jefe trajeron a grandes talentos y contrataron a las voluptuosas artistas de cabaret conocidas alrededor del mundo como ‘Las Diosas de la carne’.
La lista de los que subieron al gran escenario de Tropicana es impresionante, empezando por Sammy Davis Jr., Paul Robeson, Edith Piaf, Liberace, Ofelia Fox y terminando por Maurice Chevalier. Durante muchas noches el público estaba compuesto por famosos, una mezcla pretenciosa de la flor y nata de la sociedad y de las estrellas de Hollywood que convirtieron el club en un lugar ideal para poder ver y ser visto. Incluso había un avión de Cuba Airlines con música en vivo y un bar a bordo que recogía a los clientes en Miami, los llevaba a Cuba para que vieran el ‘show’ y los devolvía temprano al día siguiente.
Poco después de la revolución cubana de 1959 encabezada por Fidel Castro, Tropicana junto con otros famosos hoteles y casinos fueron nacionalizados, y muchos de los burdeles, casas de juego y clubes de ‘striptease’ nunca volvieron a abrir sus puertas. Pero Tropicana perduró, a excepción de los juegos de azar, conservando los trajes llamativos, las chicas voluptuosas y los precios exorbitantes que eran su esencia, a pesar de que Cuba adoptó los nuevos ideales comunistas de igualitarismo, eficiencia y sacrificio. La mayoría de los clientes del club han sidos extranjeros muy ricos, pero algunos cubanos tenían la suerte de entrar en Tropicana a precio muy bajo, normalmente, como recompensa por un excelente trabajo. Esta práctica duró hasta 2008, cuando el presidente Raúl Castro dijo que el Gobierno no podría seguir con este tipo de subsidios.