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Kvartirniks que dan fama a los músicos clandestinos

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El fenómeno "kvartirnik", o concierto casero, nacido en los tiempos soviéticos, aún mantiene su popularidad entre los melómanos moscovitas. La forma más común que tiene un artista para darse a conocer al público es sobre un escenario. Amplificación, vestuario y todo tipo de performances hac
Kvartirniks que dan fama a los músicos clandestinos

El fenómeno "kvartirnik", o concierto casero, nacido en los tiempos soviéticos, aún mantiene su popularidad entre los melómanos moscovitas.

La forma más común que tiene un artista para darse a conocer al público es sobre un escenario. Amplificación, vestuario y todo tipo de performances hacen de este espectáculo un importante trampolín para los artistas emergentes.

Sin embargo, en los años 70 y 80, las políticas culturales no permitían a cualquiera dar a conocer sus obras; todos debían ajustarse a los requerimientos del estado soviético.

Es por ese motivo que los artistas no oficiales, aquellos no reconocidos por la autoridad, dieron vida al “kvartirnik” , o conciertos caseros.

El critico musical y experto en rock, Boris Barabanov, recuerda que “según la enciclopedia del rock esta es una forma de presentarse al público de manera clandestina, o underground. Los artistas se coordinaban por teléfono y algunas veces cobraban algo de dinero. Se juntaban en algún punto y los llevaban al lugar del encuentro.”

Son varios los artistas que hicieron del kvartirnik su escenario más utilizado, desde poetas, cantantes y hasta actores de teatro.

Hasta ahora no son raros. Muchos bardos, jóvenes rockeros y  de folk interpretan tanto en los clubes como en las casas. Los asiduos  a ellos dicen que los kvartirniks ocurren por la noche de viernes o sábado, en la casa de los músicos o en otras.

“Habitualmente, en cada ciudad hay gente que está dispuesta a prestar su casa para la visita de 50 personas como máximo. La mayoría son amigos y conocidos, pero no siempre. Toda esta gente se sienta donde sea,  pues el diván obviamente no es suficiente. Da miedo entrar a la cocina por la cantidad de humo del tabaco que flota en el ambiente, mientras en la antesala hay una montaña de zapatos. La cena es simple y siempre carece de suficientes cubiertos y platos para todos.

En la sala, el concierto puede durar una o dos horas; la primera parte ofrece repertorio oficial de la banda y en la segunda se complacen peticiones de los oyentes. La costumbre de pedir autógrafos no existe aquí. Todas las fronteras entre el artista y su público se borran y el ídolo, cuyas canciones antes sólo escuchabas en discos, deja de ser inalcanzable. El kvartirnik se prolonga hasta altas horas de la noche si los asistentes saben tocar y cantar, así pues, lo único que puede terminarlo sería la llegada de la policía, requerida por los vecinos molestos por el ruido.

Para conocer más de cerca esta tradición nacida en la clandestinidad, RT envió a su corresponsal. Reunidos en una plaza céntrica de Moscú, los organizadores pasan lista a las 20 personas que irán a escuchar música en formato acústico, en un departamento común y corriente en las cercanías.

Si bien hoy en día esta actividad está lejos de ser prohibida, aún conserva las tradiciones de aquel tiempo.

El vocalista de la banda, Anatoli Bagritski, afirma que este fenómeno nunca ha perdido su vigencia. “Lo que nosotros hacemos acá es un género musical sin muchos instrumentos, sin luces que impidan ver a las personas o que nos hagan sentir solos. Yo les canto a los asistentes y me gusta verlas y tener contacto con ellas.”

El ambiente es cálido y amistoso, donde la asistencia es controlada mediante un pago nada excesivo que sirve para la compra de pasteles, galletas y té para todos.

“Tocar en este formato hace que tengas un contacto permanente con la gente y da la posibilidad de intercambiar energías. Es una forma de comunicación”, destaca el integrante de la banda Anton Prójorov.

Con un repertorio de alrededor de 20 canciones, este grupo deleitó a los asistentes con canciones románticas, ideales para disfrutar en pareja o para revivir la adrenalina y el sabor de lo prohibido, aunque hoy es más para deleitarse con el contacto con el artista.

Una fanática de estos conciertos dice que le gusta venir “porque la gente está más próxima, mаs cerca, no es como en los grandes recintos donde la música es alta y no se puede conversar. Acá uno puede compartir, conocer a la persona que está a tu lado”.

Ésto es el kvartirnik, un concierto casero que gracias a un grupo de jóvenes amantes de su cultura, lucha por mantenerse vigente frente a la competitiva industria musical de hoy en día.

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