La guerra monetaria fue declarada por el titular de Economía de Brasil, Guido Mantega, en 2010 y él mismo la declaró "neutralizada" con los esfuerzos de su Ministerio en febrero de este año. El tipo de cambio del real se estabilizó en dos por un dólar estadounidense. Sin embargo, las tendencias negativas perduraron.
Recientemente el balance de pagos del país marcó un récord del déficit: el 3,2% del Producto Interno Bruto. La situación no es tan peligrosa como para denominarla una crisis, teniendo en cuenta las grandes reservas del país en divisas internacionales. Pero es una señal de mal agüero, que se debe ante todo al descenso de los precios en las bolsas internacionales que han causado daño a las exportaciones del país.
La devaluación de las mercancías empeoró la inflación, que ya es un problema para Brasil (el 6,27% anual), porque la economía del país, todavía en vías de desarrollo, depende mucho de las importaciones. Si el real sigue debilitándose, el Banco Central de Brasil se verá obligado a levantar las tasas de interés por encima del corriente 8,5%, lo que podría ahogar el frágil crecimiento.
Para paliar la inflación, el Banco Central de Brasil quisiera contar con el apoyo de los inversores extranjeros, cuyo interés por Brasil podría contribuir a que los mercados vuelvan a apreciar la moneda nacional otra vez. Esta es la razón por la que Mantega redujo a cero el impuesto sobre las inversiones extranjeras en junio pasado.
Pero si Brasil llega al final de este año agarrado entre la inflación y el estancamiento, el ministro Mantega podría mirar con nostalgia hacia atrás, a la época de la guerra de divisas.