Una desgracia económica no viene nunca sola, como confirma el ejemplo de la primera economía de la UE, Alemania que gradualmente se ralentiza, un síntoma muy alarmante. ¿Qué pasa con la locomotora de Europa?
Las últimas cifras de crecimiento del PIB en Alemania para el segundo trimestre decepcionaron a muchos: un aumento de solo el 0,1% del PIB frente al 1,3% en el primer trimestre. Ni siquiera la economía de Europa a la vanguardia puede repeler un golpe de la crisis de deuda soberana que socavó una serie de estados de la Unión Europea. Su sistema financiero corre numerosos riesgos, los bancos alemanes tienen mucha deuda de los países PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España), lo que agrava la situación.
Todo empezó muy bien para los germanos. Durante la crisis de 2008-2009 Alemania logró permanecer en pie. En 2009, China fue el mayor exportador del mundo, pero Alemania, con una población 15 veces menor que la de China, se convirtió en el principal competidor del gigante asiático. Las exportaciones, así como en la segunda economía mundial, adquirieron el estatus de motor de la economía alemana.
Pero el principal as de Alemania, el sector exportador (el 6% de su PIB), gradualmente se transformó en su talón de Aquiles, ya que su crecimiento económico depende de los mercados externos. Según Deutsche Bank Research, el sector exportador ha sido responsable de hasta un 75% del aumento total en 2010.
Por otra parte el progreso económico de Alemania es un reflejo de la demanda mundial sostenida de sus productos. Pero, ¿quién garantiza que sus vecinos europeos sobrecargados por las deudas comprarán los bienes alemanes? Si no sucede, Alemania no tendrá recursos para compensar una caída en las exportaciones: los consumidores alemanes no están dispuestos a gastar, según la decepcionante dinámica de las ventas minoristas alemanas.
Debido a su conservadurismo pragmático, Alemania se salvó de la creación de burbujas en la economía nacional, pero contribuyó a la formación de las exteriores. La introducción del euro le dio la posibilidad de llevar a cabo una guerra relámpago en los mercados de consumo de sus vecinos en la zona euro con consecuencias desastrosas para los últimos y en beneficio de Berlín. Pero en la actualidad la locomotora de Europa ya no tiene las ambiciones políticas y económicas del pasado, y no planea sacrificar sus intereses por el bien de la 'felicidad paneuropea'. No tiene ni fuerza ni ganas.