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Cara a cara contra el viento: ¡Bienvenido a bordo!

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Cara a cara contra el viento: ¡Bienvenido a bordo!

Querido amigo, ¡bienvenido a bordo! Te propongo que me acompañes en éste, nuestro primer vuelo…

Casi todos nosotros alguna vez viajamos en avión: por trabajo, por ocio o como yo, simplemente porque no puedo evitar mi pasión por volar. Hoy en día la aviación civil es una parte imprescindible de la vida cotidiana, y es difícil imaginarse qué pasaría si no tuviéramos la posibilidad de volar. Y por más que los aeropuertos, los controles, los oídos tapados y esa sensación tan particular durante las turbulencias ya te sean tan familiares, hay muchas cosas que pasan detrás de la puerta de la cabina que hasta el más experimentado de los pasajeros desconoce.

El ‘top-tres’ de preguntas que me hacen generalmente es: “¿Qué se siente al hacer que una máquina que pesa varias toneladas se eleve?”; “¿No te da miedo?”. Y la pregunta que se lleva el primer puesto: “¿Es peligroso volar?”.

Puede que no sea tu caso, pero seguro que muchos de tus conocidos tienen miedo a volar. A pesar de que a mí no me pasa, el fenómeno que suelen llamar ‘aerofobia’ es absolutamente comprensible: el organismo no está acostumbrado a las condiciones a las que se lo expone durante el vuelo. ¿Qué puedo decirte? ¿Qué volar no es peligroso? ¿Qué es mucho más probable morir en un accidente de tráfico? Supongo que ya habrás escuchado este tipo de explicaciones. Pero las estadísticas son demasiado frías e impersonales. Va a ser más convincente que te cuente por qué volar es seguro, pero dejémoslo para más adelante. Por ahora simplemente créeme.

¿Qué se siente? Esta es la pregunta preferida de los románticos. De hecho, fue precisamente esa curiosidad la que me llevó a ser quien soy hoy en día, ya que desde niño soñaba con volar. Me imaginaba cómo sería estar frente a una pista de tres kilómetros de largo y cincuenta metros de ancho, iluminada como un arbolito de navidad, ir dándole potencia a los motores, sintiendo esa fuerza que hace que todo tu cuerpo se pegue al asiento y seguir acelerando hasta llegar a los 250 kilómetros por hora para finalmente despegar y echar a volar. Sí volar, volar... y que tus manos se conviertan en alas para dejar la tierra atrás.

La primera vez que pude experimentarlo fue en una avioneta y sí, realmente tuve la sensación de que yo y el aparato éramos un solo cuerpo. Sentí el viento, sentí cada movimiento, sentí que tocaba el cielo con mis propias manos. ¿Cómo explicarlo? ¿Qué se siente al estar enamorado? Algo mágico, algo que cambia tu forma de ver la vida, una sensación para la que no alcanzan las palabras...

Bueno, esto es solo el comienzo. ¿Qué te parece si le pedimos a la azafata unos cafés y te sigo contando?

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