Un par de milagros (parte 1)

Cara a cara contra el viento por Yevgueni Netyksa

Ya casi es Navidad, la semana que viene es Año Nuevo y gracias a dios sobrevivimos al apocalipsis de anteayer. En la aviación no tenemos ni fiestas, ni fines de semana (porque, si no, ¿quien llevaría a descansar a aquellos que sí los tienen?), así que no nos vamos a distraer de lo nuestro, pero le pondremos un ánimo un poco más festivo.

Te voy a contar dos historias. Dos historias que dejaron al mundo con la boca abierta. En general la historia de la aviación está marcada por hechos negativos, y eso es lo que la hacía cambiar para mejor. En este caso algo que debió haber sido un hecho más, milagrosamente pasó a ser algo diferente: algo con un final feliz.

El jueves 12 de octubre de 1972 un avión de la fuerza aérea uruguaya, un Fairchild Hiller FH-227, se estrelló en la cordillera de los Andes con un grupo de rugbistas a bordo. El equipo viajaba a Santiago de Chile para jugar un partido contra el equipo local de los Old Boys, pero debido a errores de navegación y al tiempo nublado la nave cayó justo en el medio de la nada. De las 45 personas, 32 sobrevivieron el choque, pero lo más difícil aún estaba por llegar. Estamos hablando del famosísimo ‘Milagro de los Andes’.

   

Yo no me puedo ni imaginar qué es lo que siente uno cuando se encuentra rodeado por kilómetros de montañas y de nieve, sin comida, sin abrigos y estando a mas de tres mil metros de altura en medio de la nada. Supongo que los primeros días todos esperaban que en unos minutos alguien viniera a rescatarlos. Lamentablemente, no hubo rescate y cada día se llevaba más vidas.

¿Cuánta fuerza y deseo de vivir hay que tener para aguantar más de dos meses en condiciones inhumanas? Es increíble de lo que puede ser capaz el ser humano cuando lucha por su vida. El 13 de diciembre, 62 días después del accidente, 3 de los 16 sobrevivientes, Nando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín, se dirigieron a buscar ayuda. Supongo que ellos mismos entendían lo imposible que sería: alrededor había solo montañas, nadie sabía a dónde ir y ya no alcanzaban las fuerzas, pero no quedaba otra: era obvio que ya nunca nadie vendría a rescatarlos. Aproximadamente fueron 55 kilómetros (!) lo que caminaron los jóvenes (Antonio Vizintín regresó poco después de haber empezado la expedición) hasta llegar a la precordillera curicana del sector Los Maitenes, donde un arriero, Sergio Catalán, los encuentra.



Ellos mismos se subieron a los helicópteros de rescate para ayudar a los pilotos a localizar el lugar del accidente para rescatar al resto. El 23 de diciembre, justo hace 40 años, todos fueron rescatados.


   
Bueno, esa es más o menos la historia. Quiero decir dos cosas. En primer lugar, yo no tengo las cualidades literarias necesarias para poder describir de una manera apropiada el acto heróico de estos jóvenes. Me encantaría poder transmitir toda la grandeza de esta historia, la admiración y respeto que tengo a la fuerza, al deseo de vivir y a la fe de todos los sobrevivientes. Lo que hicieron va mucho más allá de algo simplemente heróico. En segundo lugar, creo que hay mucho que aprender en esta historia.

Nosotros muchas veces no valoramos ni lo que tenemos alrededor, ni nuestras propias vidas, y me parece que no estaría de más recordar a veces por lo que pasaron estos chicos y abrir un poco los ojos…