Un entrenamiento riguroso

Cara a cara contra el viento por Yevgueni Netyksa

Antes de ayer terminé los cursos de entrenamiento en el simulador. Me tomé un día de descanso para volver a la vida real y ahora, para que cada vez que tengas que volar en avión te sientas más seguro y tranquilo, te propongo leer lo siguiente.

Los simuladores básicamente se usan para entrenar a los pilotos en situaciones de emergencia. Ya que es muy poco probable que algo suceda en vuelo, la única manera de prepararse para enfrentar una situación peligrosa es volando virtualmente. Es por eso que cada medio año tenemos que dar exámenes en el simulador para poder seguir volando en el avión real. Ya te había contado que los simuladores son copias idénticas de la cabina, y aparte son dinámicos para imitar el movimiento, o sea que te dan una sensación 100% real.

En fin, pasemos a lo nuestro. Durante un mes casi cada día mi querido instructor me hacia sudar poniéndome todo tipo de fallas, y yo tenía que arreglármelas para que el avión aterrice sano y salvo. Y ahora sí, con seguridad te puedo decir que volar es seguro, porque es una en un millón que algo semejante a lo que nos entrenan suceda en la vida real. Y si sucede: no pasa nada.

Empezamos no con emergencias, si no con procedimientos estándar y pequeñas dificultades: vientos cruzados de 30-40 nudos,  tormentas, turbulencias (¡Dios, como sacude el simulador!), un supuesto pasajero enfermo a bordo, etc. En fin, cosas de cada día. Ya al día siguiente nos encontramos con fallas de sistemas, de motor (y motores) y al final todo eso junto. El simulador hasta tiene un generador de humo que hizo bastante difícil aterrizar la nave durante el incendio, porque no se veían ni los instrumentos que teníamos enfrente de nuestras propias narices.

Casi cada día entrenábamos fallas de motor, así que ya me acostumbré a tener solo la mitad de la potencia y no me parece nada de otro mundo: el avión despega, vuela y aterriza tranquilamente como si nada hasta con sobrepeso (ya no tranquilamente, pero vuela). Así que si algún día escuchas por las noticias decir que un avión aterrizó de emergencia por falla de motor, créeme que es mentira: no hay ninguna emergencia. También practicábamos mucho los descensos de emergencia desde los 35.000 pies (más o menos 11.500 metros) hasta los 10.000 (3 km), que puede llegar a ser necesario en caso de descompresión (hay que perder altura rápido para poder respirar y por eso usábamos las máscaras de oxígeno).



Pero lo más difícil todavía estaba por delante. Durante las últimas sesiones teníamos que aterrizar al avión con doble falla de motores (¿te acuerdas el aterrizaje en el Hudson? Bueno, más o menos así), doble falla del sistema hidráulico (sin flaps, sin reversores, sin frenos y encima en pista resbaladiza), falla completa de instrumentos y todo así. Bueno, cosas que no pasan en la vida real...

Todo terminó con un examen de cuatro horas que fue puro rock & roll (hasta ahora me duele la cabeza), pero que gracias a Dios terminó con un simple 'NORMAL' en mi lista de notas.

Todo eso lo hacemos para que el pasajero vuele seguro. Sí, realmente es muy, pero muy poco probable que algo suceda, pero si pasa nosotros sabemos cómo enfrentar la situación para que la gente a bordo ni se entere que algo pasó y siga disfrutando del vuelo.