Las relaciones entre Rusia y otros países ya han sido temas de mi videoblog en varias ocasiones. Yo les contaba cómo se desarrolla nuestra colaboracion con EE. UU., explicaba por qué creo que la participación de nuestro país en las reuniones de las 20 principales economías del mundo es muy importante. En otro donde hablaba de los más dramáticos momentos de nuestras relaciones con Ucrania, en el verano del año pasado, les di mis razonamientos acerca de porqué todos nuestros intentos de mantener el diálogo con el presidente Yúschenko ya son inútiles.
Hoy quiero hablar sobre las relaciones con nuestro aliado más próximo, Bielorrusia. Hablar tanto con los rusos, como con los bielorrusos. Porque todos nosotros somos ciudadanos del Estado de la Unión.
Estoy profundamente convencido de que nuestro país siempre ha mirado y mirará al pueblo bielorruso como a su vecino más próximo. Nos une la historia común de muchos siglos, la cultura común, alegrías y dolores comunes. Siempre recordaremos que nuestros pueblos –y yo todo el tiempo quiero decir: nuestro pueblo unido– sufrieron unas increíbles pérdidas durante la Gran Guerra Patria. Juntos hemos superado todas las horribles penas de la colectivización, la hambruna y las represalias.
Hoy en día Rusia y Bielorrusia son socios en el Estado de la Unión. Y ambos países también contribuyen activamente en formar la unión aduanera, en el desarrollo de la EurAsEC (Comunidad Económica de Eurasia), de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva) y de la Comunidad de Estados Independientes. Estamos despuestos a desarrollar a plena escala nuestra colaboración con Bielorrusia en el marco de esas organizaciones. Y, desde luego, en plena conformidad con las prácticas internacionales vamos a introducir formas modernas de interacción económica entre unos aliados tan próximos como son nuestros países.
Basándonos en todo eso, siempre hemos apoyado al pueblo bielorruso. En realidad, desde el momento del colapso de la URSS, y ya son casi 20 años, el volumen de ese apoyo ha sido enorme, digan lo que digan. Sólo este año nuestra ayuda a Bielorrusia ha llegado a casi los 2.000 millones de dólares gracias al suministro de petróleo. Dotaciones equiparables se prestan también en el suministro de gas natural. Todo eso lo hacemos porque estamos convencidos de que nuestras naciones están vinculadas inseparablemente.
Con lo cual es más que sorprendente que últimamente las autoridades de Bielorrusia recurran a retóricas antirrusas. La campaña electoral allí se basó en un 100% en argumentos antirrusos, en acusaciones histéricas contra Rusia por la falta de deseo de apoyar a los bielorrusos y a la economía bielorrusa, en maldiciones dirigidas a las autoridades rusas. Detrás de todo esto se nota un deseo muy claro de hacer que ambos estados se peleen.
La aspiración a formar en la mentalidad de la sociedad una imagen de un enemigo externo siempre ha sido una característica íntegra de las autoridades bielorrusas. Pero antes ese papel fue interpretado por EE. UU., Europa y Occidente en general. Ahora Bielorrusia proclamó a Rusia como uno de los enemigos principales.
El presidente Lukashenko en sus declaraciones sobrepasa los límites, no sólo de las regulaciones diplomáticas, sino de una cortesía humana básica. Pero esto tampoco es nuevo para mí. Me acuerdo cómo me sorprendió cuando en nuestra primera reunión bilateral, en vez de concentrarse en la colaboración rusa–bielorrusa, se dedicó a discutir muy detalladamente y de una manera muy negativa a mis antecesores en el puesto de presidentes de Rusia: a Borís Yeltsin y a Vladímir Putin. Tuve que recordarle entonces a mi homólogo que el objeto de nuestras negociaciones eran otros temas.
Su visión tan particular de lo que son las relaciones entre socios también quedó demostrada en el reconocimiento por parte de Bielorrusia de Osetia del Sur y Abjasia como miembros independientes de la comunidad internacional. Yo siempre he dicho que reconocer o no reconocer estos dos estados es un derecho soberano de cada país. Y jamás hicimos presión en nadie por esa cuestión. A pesar de que para nosotros es importante.
Y el presidente de Bielorrusia declaró estar dispuesto a hacerlo en presencia de cinco presidentes. En un protocolo de la reunión de la OTSC, se registró por escrito esa intención. Luego la cuestión se convirtió en un permanente objeto de licitación política.
Pero Rusia no licita sus principios. Tal conducta es deshonrosa y los socios no actúan así. Y, desde luego, lo tomaremos en cuenta en nuestras relaciones con el actual presidente de Bielorrusia.
Pero contra Rusia y sus autoridades se dirigen corrientes de acusaciones y reprensiones. En eso se basa toda la campaña electoral de Lukashenko. Le preocupan muchas cosas: arreglar nuestras relaciones económicas, los contactos de los medios de comunicación rusos con la oposición bielorrusa e, incluso, el destino de algunos de nuestros altos cargos y funcionarios jubilados o despedidos.
El presidente de Bielorrusia debería dedicarse a los problemas internos de su país. Por ejemplo, investigar finalmente los numerosos casos de personas desaparecidas. Rusia, igual que otros países, no es indeferente a esa situación.
Desde luego, eso no determina las relaciones entre los pueblos y los individuos. Como presidente de la Federación Rusa estoy seguro de eso. También estoy seguro de que ese período de tensiones absurdas se acabará.
Quisiera expresar por último que Rusia está dispuesta a desarrollar unas relaciones unidas con Bielorrusia. Aún más, sea quien sea el jefe de Estado tanto en Rusia como en Bielorrusia, nuestros pueblos serán hermanos para siempre. Queremos que nuestros cuidadanos vivan no en una atmósfera de miedo, sino en un ambiente de libertad, democracia y justicia. Y estamos dispuestos a seguir este camino junto con nuestros amigos bielorrusos.