De todas las historias que conocí en Siria, las situaciones críticas en las que viven los niños son las que no me dejan dormir. Todo es desolador. El que murió y el que sobrevivió. El que cuenta con todos los miembros de su cuerpo, y el que perdió las piernas. El niño que quedó huérfano y el que pudo viajar a algún lugar de Siria o del mundo porque tiene familiares que lo pueden ayudar. El que pasó interminables días en ciudades cercadas y el que vive en un campo de refugiados.
Los vi jugar por las calles de Damasco y Homs, los vi pidiendo plata en la calle, conocí a una niña en un hospital que nunca más podrá caminar. Hablé con ellos, buscaba reportajes para mi informe. Me di cuenta que en su mayoría mentían. Mentían, pero no de malos o traviesos. Ojalá. Mentían porque les daba vergüenza contar la verdad. Mentían porque la verdad es tan cruel que tampoco la quieren escuchar de su propia boca. Mentían porque sienten culpa de tener papá y mamá si el amiguito no tiene. Algunos no podían ni mentir. Hablaban poco. Les costaba expresarse. Percibí su miedo. Una manera de protegerse ante un mundo que les bombardeó la infancia.
Yo insistía en mi tan vulgar pregunta 'periodística' sobre "¿qué soñás ser cuando seas grande?" Muchos me respondían "quiero trabajar" y yo seguía preguntando, esperando que me dijeran que sus sueños eran ser maestros, médicos, arquitectos. Qué ilusa. Tuve que finalizar mi viaje para entender que esos chicos quizás ni saben que existen esos sueños, les resulta inalcanzable pensar en tener una profesión. Trabajar sería la gloria. Sería poder dejar de pedir dinero en la calle para intentar progresar.
Me niego a pensar solo 'pobres los niños de Siria'. El problema es aún mayor. Pobres generaciones del mundo. La guerra en Siria, con casi 6 años encima, arruina a todas las futuras generaciones que convivirán en el planeta. No solo a las generaciones de sirios. Indefectiblemente todos esos niños se van a cruzar en alguna parte del mundo en el futuro.
¿Qué le podemos pedir mañana a un niño que se tuvo que alimentar a punta de pasto y su cerebro no pudo desarrollarse por falta de alimento? ¿Qué podemos pretender de niños que creen que vivir en un país en guerra es la normalidad de una vida? ¿Qué parámetros puede tener un niño que tiene que conformarse con caminar entre ruinas, escuchar que en el barrio vecino suenan las bombas, que la luz se corta cada 2 horas y que el agua no es caliente en el crudo invierno?
Siria retrocedió décadas con esta guerra. El mundo retrocedió años. La Humanidad retrocede años al arruinar la mente y el cuerpo de estos chicos.
Todo deja rastros en la mente y en los sentimientos. Marcas que a veces no son conscientes. ¿Cómo vamos a lograr salvar a esos niños, que deberían estar pensando en cómo conquistar a una maestra para que les ponga una buena nota en el colegio, jugando y riendo?
Por supuesto cada uno tiene su vida y sus problemas. No podemos ocuparnos del mundo. Pero al menos podemos pensarlo, de manera más global. Pensar que NO son solo los niños de Siria, sino las futuras generaciones del mundo, las que se están perdiendo. Quizás, creando conciencia de una manera más global podamos aportar un granito de arena.