Y lo ha hecho sin que apenas nos demos cuenta. En el momento en el que lees estas
líneas, varias decenas de ingenieros y científicos están trabajando para conseguir hacerse
con níquel, silicio, oro y otros muchos minerales escasos en la superficie terrestre pero
que están a disposición de todo aquel que quiera hacerse con ellos.
No es un trabajo sencillo, es cierto, porque esos yacimientos se encuentran orbitando a
miles de kilómetros por encima de nuestras cabezas. Es una suerte de nueva fiebre del
oro a la que, por el momento, solo se han apuntado unos pocos visionarios que tienen el
dinero y la motivación suficientes como para embarcarse en una aventura espacial tan
inusual como incierta.
Técnicamente ya puede hablarse del comienzo de una nueva carrera espacial. La primera
es bien conocida. Estados Unidos y la Unión Soviética hicieron lo imposible por llevar su
enfrentamiento ideológico y social más allá de la atmósfera. El resultado de esta tensa
pelea propia de la guerra fría desencadenó un salto de gigantes en la conquista del
espacio.
La segunda es reciente y aún está en marcha. Se trata de una carrera espacial en la que
encontramos nuevos actores estatales, pero también actores privados. Además de la
ESA (Unión Europea y Japón), Rusia y Estados Unidos, países como China, India, Brasil o
Irán pujan con fuerza en este nuevo impulso hacia las estrellas. Pero también lo hacen
nombres apenas conocidos por el gran público como SpaceX, Orbital Sciences o Blue
Origin, compañías privadas estadounidenses en cuyas manos están quedando funciones
que tradicionalmente correspondían a la NASA. Algunas, como SpaceX, ya han hecho
sus primeros vuelos operativos a la estación espacial internacional y otras tienen ya muy
avanzadas sus pruebas de lanzadores.
La tercera gran carrera está gestándose en estos mismos momentos y supone la entrada
en el gran juego espacial de empresas privadas cuyo objetivo es la explotación comercial
de los recursos naturales más allá de nuestra atmósfera. De momento queda lejos la
explotación de otros planetas o la de nuestro propio satélite natural, pero los inversores
ya se han fijado en algo más cercano: los asteroides.
La compañía pionera en este campo es Planetary Resources y ha nacido con un objetivo
claro: explotar comercialmente unos 1500 asteroides. No es un sueño lejano. De hecho,
los promotores de la idea esperan beneficios a medio plazo. Para ello cuentan, entre
otros medios, con un equipo de 25 ingenieros. Detrás del proyecto, además, hay
personajes de renombre. Visionarios que han hecho fortuna en el otros campos y que
buscan nuevas metas para sus inversiones, como el cineasta James Cameron o los
fundadores de Google Eric Schmidt y Larry Page.
El mapa del tesoro
La iniciativa de Planetary Resources fue anunciada en abril de 2012, pero tan solo unos
meses más tarde una segunda compañía estadounidense fue presentada en sociedad:
Deep Space Industries.
La compañía pretende enviar una flota de pequeñas naves espaciales para explotar esas
inmensas rocas que orbitan por el sistema solar, pero da un paso más allá. Sus
promotores quieren poner en marcha una verdadera manufactura basada en la
fabricación de componentes y herramientas en el propio espacio utilizando impresoras
3D. Estas maquinas utilizarían como materia prima los metales obtenidos directamente
de los asteroides. Si los responsables de Deep Space consiguen poner en marcha una
producción industrial de este tipo, el modelo de negocio sería sin duda un éxito, dado
que poner en órbita cualquier material fabricado en la Tierra resulta extremadamente
caro.
Otro de los objetivos declarados de la empresa es vender información sobre la
composición mineral de los asteroides, de forma que otros interesados puedan saber a
qué objetivos dirigirse. Es como vender, en cierta forma, el mapa del tesoro. Y es que en
el espacio manejar esta información es fundamental debido a los fabulosos costes
económicos que tiene cualquier misión.
También la NASA acaba de dar su primer gran paso en este ámbito, al anunciar el
pasado agosto la puesta en marcha del proyecto Osiris-Rex, una misión prevista para
septiembre de 2016 y cuyo objetivo es analizar en profundidad y tomar muestras del
asteroide Bennu, un objeto de medio kilómetro de longitud. Se trata de uno de los
objetos más peligrosos para la Tierra en lo que respecta al riesgo de impacto sobre el
planeta.
Los responsables de la misión pretenden hacer un análisis espectrográfico de la
superficie del asteroide con el fin de estudiar si es viable su explotación comercial. Pero
más allá de ese análisis in situ, la nave estará preparada para obtener hasta dos
kilogramos de muestra que, una vez retornada a la Tierra, será estudiada en profundidad
por expertos en la materia.
Una legislación casi inexistente
Los metales del grupo del platino (platino, paladio, rodio, iridio, rutenio y osmio) se
encuentran en abundancia en muchos asteroides y tendrán una importancia estratégica
aún mayor que la actual conforme se produzca la transición desde los combustibles
fósiles a las pilas eléctricas. Dado que tienen altas temperaturas de fusión, suelen
emplearse como catalizadores y su producción mundial se concentra especialmente en
Rusia y Sudáfrica. El platino, junto a otros metales como el neodimio, es un elemento
esencial en la fabricación de coches eléctricos. El geólogo y periodista Martin Redfern
calcula que, si todos los coches del mundo fueran eléctricos, las reservas mundiales de
platino no durarían más de 15 años.
También la extracción de agua de los asteroides, pese a
parecer un elemento secundario,
tendrá una gran importancia económica en el futuro, ya sea para abastecer a los propios
vuelos tripulados o para fabricar combustible para naves espaciales a partir de sus dos
elementos básicos, el oxígeno y el hidrógeno.
Delimitar a quién pertenecen estos recursos será una tarea difícil. El derecho espacial, la
especialidad jurídica que trata de poner orden a la hora de comportarse en el espacio,
está aún dando sus primeros pasos, y si en la Tierra la ciencia y la tecnología
acostumbran a ir varios pasos por delante de las leyes, es lógico pensar que en espacio
esta distancia será aún mayor.
A día de hoy, el espacio es considerado terra nullius, término jurídico para designar lo
que no pertenece a nadie. Pero como sucede con otros casos similares, como por
ejemplo el fondo oceánico bajo aguas internacionales, el concepto se presta a dos
interpretaciones que podrían simplificarse de esta manera: la primera interpretación lo
considera un territorio compartido que no se toca sin acuerdo internacional. La segunda
podría resumirse con el lema "el primero que llega, lo explota".
Por el momento, y a tenor de lo que hemos expuesto, la última idea lleva ventaja.