Comienza a gestarse la tercera carrera espacial

Juanma Gallego

Y lo ha hecho sin que apenas nos demos cuenta. En el momento en el que lees estas líneas, varias decenas de ingenieros y científicos están trabajando para conseguir hacerse con níquel, silicio, oro y otros muchos minerales escasos en la superficie terrestre pero que están a disposición de todo aquel que quiera hacerse con ellos.

No es un trabajo sencillo, es cierto, porque esos yacimientos se encuentran orbitando a miles de kilómetros por encima de nuestras cabezas. Es una suerte de nueva fiebre del oro a la que, por el momento, solo se han apuntado unos pocos visionarios que tienen el dinero y la motivación suficientes como para embarcarse en una aventura espacial tan inusual como incierta.

Técnicamente ya puede hablarse del comienzo de una nueva carrera espacial. La primera es bien conocida. Estados Unidos y la Unión Soviética hicieron lo imposible por llevar su enfrentamiento ideológico y social más allá de la atmósfera. El resultado de esta tensa pelea propia de la guerra fría desencadenó un salto de gigantes en la conquista del espacio.

La segunda es reciente y aún está en marcha. Se trata de una carrera espacial en la que encontramos nuevos actores estatales, pero también actores privados. Además de la ESA (Unión Europea y Japón), Rusia y Estados Unidos, países como China, India, Brasil o Irán pujan con fuerza en este nuevo impulso hacia las estrellas. Pero también lo hacen nombres apenas conocidos por el gran público como SpaceX, Orbital Sciences o Blue Origin, compañías privadas estadounidenses en cuyas manos están quedando funciones que tradicionalmente correspondían a la NASA. Algunas, como SpaceX, ya han hecho sus primeros vuelos operativos a la estación espacial internacional y otras tienen ya muy avanzadas sus pruebas de lanzadores.

La tercera gran carrera está gestándose en estos mismos momentos y supone la entrada en el gran juego espacial de empresas privadas cuyo objetivo es la explotación comercial de los recursos naturales más allá de nuestra atmósfera. De momento queda lejos la explotación de otros planetas o la de nuestro propio satélite natural, pero los inversores ya se han fijado en algo más cercano: los asteroides.

La compañía pionera en este campo es Planetary Resources y ha nacido con un objetivo claro: explotar comercialmente unos 1500 asteroides. No es un sueño lejano. De hecho, los promotores de la idea esperan beneficios a medio plazo. Para ello cuentan, entre otros medios, con un equipo de 25 ingenieros. Detrás del proyecto, además, hay personajes de renombre. Visionarios que han hecho fortuna en el otros campos y que buscan nuevas metas para sus inversiones, como el cineasta James Cameron o los fundadores de Google Eric Schmidt y Larry Page.

El mapa del tesoro

La iniciativa de Planetary Resources fue anunciada en abril de 2012, pero tan solo unos meses más tarde una segunda compañía estadounidense fue presentada en sociedad: Deep Space Industries.

La compañía pretende enviar una flota de pequeñas naves espaciales para explotar esas inmensas rocas que orbitan por el sistema solar, pero da un paso más allá. Sus promotores quieren poner en marcha una verdadera manufactura basada en la fabricación de componentes y herramientas en el propio espacio utilizando impresoras 3D. Estas maquinas utilizarían como materia prima los metales obtenidos directamente de los asteroides. Si los responsables de Deep Space consiguen poner en marcha una producción industrial de este tipo, el modelo de negocio sería sin duda un éxito, dado que poner en órbita cualquier material fabricado en la Tierra resulta extremadamente caro.

Otro de los objetivos declarados de la empresa es vender información sobre la composición mineral de los asteroides, de forma que otros interesados puedan saber a qué objetivos dirigirse. Es como vender, en cierta forma, el mapa del tesoro. Y es que en el espacio manejar esta información es fundamental debido a los fabulosos costes económicos que tiene cualquier misión.

También la NASA acaba de dar su primer gran paso en este ámbito, al anunciar el pasado agosto la puesta en marcha del proyecto Osiris-Rex, una misión prevista para septiembre de 2016 y cuyo objetivo es analizar en profundidad y tomar muestras del asteroide Bennu, un objeto de medio kilómetro de longitud. Se trata de uno de los objetos más peligrosos para la Tierra en lo que respecta al riesgo de impacto sobre el planeta.

Los responsables de la misión pretenden hacer un análisis espectrográfico de la superficie del asteroide con el fin de estudiar si es viable su explotación comercial. Pero más allá de ese análisis in situ, la nave estará preparada para obtener hasta dos kilogramos de muestra que, una vez retornada a la Tierra, será estudiada en profundidad por expertos en la materia.

Una legislación casi inexistente

Los metales del grupo del platino (platino, paladio, rodio, iridio, rutenio y osmio) se encuentran en abundancia en muchos asteroides y tendrán una importancia estratégica aún mayor que la actual conforme se produzca la transición desde los combustibles fósiles a las pilas eléctricas. Dado que tienen altas temperaturas de fusión, suelen emplearse como catalizadores y su producción mundial se concentra especialmente en Rusia y Sudáfrica. El platino, junto a otros metales como el neodimio, es un elemento esencial en la fabricación de coches eléctricos. El geólogo y periodista Martin Redfern calcula que, si todos los coches del mundo fueran eléctricos, las reservas mundiales de platino no durarían más de 15 años.

También la extracción de agua de los asteroides, pese a parecer un elemento secundario, tendrá una gran importancia económica en el futuro, ya sea para abastecer a los propios vuelos tripulados o para fabricar combustible para naves espaciales a partir de sus dos elementos básicos, el oxígeno y el hidrógeno.

Delimitar a quién pertenecen estos recursos será una tarea difícil. El derecho espacial, la especialidad jurídica que trata de poner orden a la hora de comportarse en el espacio, está aún dando sus primeros pasos, y si en la Tierra la ciencia y la tecnología acostumbran a ir varios pasos por delante de las leyes, es lógico pensar que en espacio esta distancia será aún mayor.

A día de hoy, el espacio es considerado terra nullius, término jurídico para designar lo que no pertenece a nadie. Pero como sucede con otros casos similares, como por ejemplo el fondo oceánico bajo aguas internacionales, el concepto se presta a dos interpretaciones que podrían simplificarse de esta manera: la primera interpretación lo considera un territorio compartido que no se toca sin acuerdo internacional. La segunda podría resumirse con el lema "el primero que llega, lo explota".

Por el momento, y a tenor de lo que hemos expuesto, la última idea lleva ventaja.