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Opinión

SOUVENIRS (MADE IN RUSIA)

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SOUVENIRS (MADE IN RUSIA)

Hay algo bastante curioso en los souvenirs.

Por un lado, son la novena maravilla de los turistas, aquello que da contento a sus vidas y testifica que estuvieron en tal o cual lugar, para lo que no tienen más que mostrar el resplandeciente objeto del país respectivo... y ya.

De eso se trata: que el otro “vea” que uno estuvo ahí y después a ponerse a contar anécdotas y peripecias como loco. Que tu contraparte se vea obligada a “escuchar” tus impresiones sobre el maravilloso mundo que conociste. Aunque eso de escuchar parece una pura burrada: a lo más, tú te pones a monologar casi como si estuvieras poseído por la Encarnación Misma de la Verborrea…

Creo aún no haberme vuelto lo suficientemente monotemático como para aburrir a alguien con los pocos viajes que he podido realizar, sobretodo en el último tiempo… pero sobre mi ventana hay una linda reproducción de la Torre Eiffel que compré a 4 euros en el aeropuerto Charles de Gaulle. De ahí para adelante la historia es conocida. Luz, cámara y acción: “Sí, querida, el Arco del Triunfo es sencillamente fascinante. No tengo palabras para describir semejante magnificencia y grandiosidad. ¿Y te conté de aquel bohemio intelectual que conocí en un café de la Avenida de la Ópera y que me invitó a visitar la casa donde vivía Sartre? Lástima que hubiese estado tan ocupado esos días. Bueno, te dejo. Tengo cosas importantes que hacer ahora”. Hablar no cuesta nada, por cierto. Y es gratis, además. No obstante, lo cierto es me hubiese sido un poco difícil salir con aquel bohemio intelectual y conocer “la casa donde vivía Sastre”… en la 1 hora 15 que estuve en el aeropuerto parisino y sólo como escala para abordar mi siguiente avión.

De todas formas, por regla general los souvenirs cumplen con la alquimia –sin pecado concebida- de las tres B: son Buenos, Bonitos y Baratos.   

Esa es una de las razones por las que al viajar debo tener en mente la idea de llevar conmigo un camión para transportar luego todas las minucias y chucherías que compro cuando llego a un lugar nuevo. Soy tan mundano, tan vacuo que me llevaría hasta la fibra de la escoba del anónimo barrendero local con tal de poder hacer mía la esencia de aquel país.

Eso por una parte. Lo otro: obviamente, está la posibilidad de deslumbrar a la familia y las amistades con insólitos regalos del extranjero. Obviamente, en este cuadro el sexo opuesto también está incluido. Uno llega y queda “como Rey”… aunque uno sea anti monárquico y, más encima, elemento neto de raigambre popular –es decir, “del pueblo”-. Aunque ese ya sea otro asunto.

(Entre paréntesis)

(Pese a las reflexiones anteriores, lo que yo me pregunto ahora es “QUE” pasa por la cabeza de los artesanos que dan a luz los souvenirs.Por supuesto todos tenemos que “ganarnos” la vida, pues –como es sabido- “nada es gratis” en la misma. Así es que concluir que lo hacen para asegurarse el sustento no es una idea muy evolucionada. ¿Mercaderes de las naciones… o difusores de la cultura? ¿Qué son ellos? Creo que eso puede quedar al juicio de cada uno. Mi –algunas veces desenfocado- punto de vista me recuerda aquello de que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Lo cierto es que, de algún u otro modo, todos somos mercaderes en esta vida.

En todo caso y siguiendo la metáfora, prefiero cavar hoyos para ver que encuentro por ahí antes que acumular piedras preciosas, dinero o sucumbir ante las tentaciones terrenales).

Alta creatividad

No alcanzo a comprender que quiere significar eso de “hacer memoria”, pero ahora voy a “hacerla”.

Antes de subirme al avión que me trajo a estas latitudes ya tenía encargos. Y no eran pocos. Que tráeme esto y tráeme esto otro. Los petitorios eran relativamente predecibles… para alguien que se viene a Rusia. Matrioshkas para ellas y Vodka para ellos. De mis gastos no debía ni siquiera preocuparme. “Acá te lo pago, papito”. “Papito, usted me trae lo que le pido y acá arreglamos las cuentas”. “Todo bien, papito, espero que no me defraude”. Tales cosas se me decían con el incuestionable objetivo de tranquilizar mi bolsillo. Puede que yo sea un poco simple de mente, pero no pude dejar de preguntarme en el avión porqué mi hijo no viajaba conmigo… dada mi calidad de “papito”.

Luego de recuperarme de la sorpresa irrepetible que experimenté en cuanto vi la belleza encarnada de manera antológica en las señoritas rusas -“Compadre: esto parece un desfile de alta costura: adonde miras todas las chicas parecen modelos”, le escribí por aquellos días a un amigo-, al segundo día me fui a ver lo que le tenían destinado al turista. Y había mucho, mucho para contemplar -y maravillarse- ciertamente: desde tazones y ceniceros a camisetas y afiches, pasando por un catálogo que aquí podría resultar casi babilónico. Los compradores y simples curiosos también abundaban.

Entre tanto, mi vestimenta e incluso mi expresión de estar viendo estrellas fugaces por doquier me delataban… y con alevosía: yo era un extranjero de tomo y lomo. Cual camaleón me mimetizaba perfectamente y me gustaba aquella sensación Entrar, mirar y comprar… ¿Es que acaso había algo más grandioso en la vida?

Escuchar antiguas canciones del “rock latino” y gozar como un niño extasiado ante las vitrinas. ¡Eso sí que estaba bueno!

De vez en cuando, me acordaba de Lear y sus colegas.

Otro aspecto interesante de los souvenirs. Algo casi milagroso. Aquella aura fomentadora del “diálogo lingüístico”. En términos simples: ahí estaba en aquel día 2 en Rusia y en algún momento indeterminado se me acercaba una vendedora que me decía algo con cortesía, pero también mirándome con expectación. No había dudas. Era algo del tipo “¿En qué le puedo ayudar? ¿Desea algo?”. En ese instante mi respuesta era simple e inmediata: un silencio que traslucía mi desgarro dado mi categórico desconocimiento del ruso, el que quedaba del todo subrayado con mi mirada de carnero a punto de ser degollado. Y he aquí la maravilla: la mujer se alejaba, comprensiva y con una sonrisa: ante si tenía a nada menos que todo un extranjero. ¿Y hay algo más encantador que un extranjero… para quien vende artículos turísticos?

De todas formas, conocer los productos de estas artesanías locales fue una interesante  experiencia. Más allá de su fidelidad respecto a los objetos retratados lo que me motivaba a seguir indagando era la alta creatividad que había en algunos de ellos. Mi conclusión personal era esta: si se usa intensamente el ingenio es posible hacer una obra de arte o un artículo turístico de alto interés casi prácticamente de todo.

Y los souvenirs rusos eran ingeniosos.

¿Usted cree?

Sin ánimo de polemizar, creo que Latinoamérica podría inspirarse en esa práctica. Vale decir, sacarle más provecho a sus atractivos, realzando las particularidades locales y, por si ello fuera poco, generar empleo y riqueza.

El comercio de souvenirs existe en América, por supuesto. Sin embargo, a lo que me refiero es a jugárselas al máximo por una producción más intensiva y extensiva. En pocas palabras: potenciar lo existente junto con desarrollar una lluvia de ideas que permita la creación de nuevos productos, evitando cualquier bloqueo que atente contra la búsqueda en cuestión.¿Recuerdan aquella escena de Forrest Gump en la que el protagonista se limpia el rostro lleno de barro con una camiseta blanca que le entrega un admirador luego de detenerse tras realizar una incesante corrida por Estados Unidos… y que a partir de esa imagen el chico ve el germen del mundialmente famoso logo de la marca Smile? Es exactamente eso.  

Creo conocer un caso emblemático para ilustrar esto del optimizar la creación y venta de souvenirs: Roma. Efectivamente, en esa ciudad se pueden comprar las típicas reproducciones del Coliseo, la Fontana de Trevi, etc., etc., pero no sólo eso. En las tiendas destinadas al turista igualmente se pueden encontrar muchos artículos con motivos alusivos al actual Papa de la Iglesia Católica. Benedicto XVI y a su antecesor Juan Pablo II. ¿Estampas, bordados y cajitas religiosas?, se dirá usted. Sí, pero de la misma manera cosas tan mundanas… como encendedores y destapadores de botellas. Uno podría indignarse con esta “profanación” papal, pero surge una pregunta del todo relevante: “¿Con qué derecho podría enfadarme yo… si los propios interesados –los romanos- no lo hacen?”. Ciertamente, el visitante puede advertir cómo están de orgullosos de la permanente venta de sus souvenirs y el interés global que generan.

Enojarse, señoras y señores, sería aquí ser más papista que el Papa.

A modo de epílogo: una decisión salomónica…

Para concluir, una meditación personal. 

Si los astros juegan a mi favor, haré una visita a mi país natal con motivo de las Fiestas de Fin de Año. Dura prueba se le avecina a Chile.

En todo caso, la escena no me resulta inimaginable: el emotivo y fraterno encuentro con la familia, los paseos por los lugares de antaño y, claro… la contundente reunión con los viejos amigos y amigas. No ignoro que me recibirán con afecto y cariño… pero también con “los brazos abiertos” para recibir sus correspondientes regalos made in Rusia.

Lo reconozco: tal perspectiva me causa algo de inquietud, pues ¿cómo satisfacer los deseos de todos de recibir su  regalo? Incluso si sólo respondiera a las solicitudes iniciales ¿hay maleta que aguante todas las matrioskas y botellas de vodka que debería llevar? Obviamente: no

Sin embargo, no dejaré que me venza la preocupación. Es más: dejaré que mi cuerpo se inundé de sabiduría y paz zen. Seré como Li Po, el inmortal poeta chino. Y cuando llegue a Chile miraré a mis compatriotas con absoluta fraternidad, tratando de que comprendan las bondades de la luna blanca, el calmo lago y el paciente cuclillo. Y entonces llegará el momento, y el universo completo quedará a la espera de La Respuesta… a esta pregunta:

- ¿Y, AMIGO, dónde están nuestros regalos, esas cosas lindas que nos trajiste de Rusia?

En aquel segundo mi boca se verá inundada por un manantial de sabiduría y bondad ancestral y diré:

- Pues bien, AMIGO MÍO, dado que aún no he conocido a una mujer rusa que se enamore de mí y quiera ser mi esposa… aún no me caso, ni tengo hijos y, por lo tanto, AÚN NO SOY “PAPITO”. Así es que para otra vez será. Además, no seamos egoístas... ¿Sabes, amigo, cuanta gente en el mundo quisiera una matrioska, un vodka o algún otro auténtico souvenir Hecho en Rusia? Millones, millones y más millones. Así es que no seamos egoístas… ¿vale?

 Y san se acabó el problema de los regalos.

Y está columna.

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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