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Opinión

Su Señoría ¿es posible que…?

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Su Señoría ¿es posible que…?

"El infinito está en todos lados. Por eso es infinito"
(de la película “Extrañas coincidencias”)

Ángeles Durán, Vigo, España. Perito judicial de profesión –dato relevante en el caso-, se proclamó “dueña del Sol” a fines de noviembre de 2010 por medio de una escritura notarial que contaba “con todas las de la Ley”. 

Al dar a conocer la noticia, el diario La Voz de Galicia consignó que Durán encontró un singular resquicio legal que le permitió llevar a cabo su idea. “Existe un convenio internacional -el acuerdo de Naciones Unidas de 1967- por el cual ningún país puede hacerse dueño de los planetas”, señalaba en su texto…, pero inmediatamente hacía notar que el acuerdo no establecía nada respecto a la acción de particulares. Gente común y corriente. Personas “como usted como yo”.

Eso fue todo: así pasó. Y así lo hizo.
 

¿Cómo dijo?

Pues bien, ¿cómo podía Durán “adueñarse” del Astro Rey? Sencillo: mediante “una aprehensión electromagnética y radiactiva, al no existir ni conocerse en cinco mil millones de años propietario alguno hasta la fecha”. Suena a tomadura de pelo, a broma científica de poca categoría; sin embargo y pese a no ser abogado, los argumentos de la viguesa no dejan de parecerme bastante coherentes.

Atrevida o lisa y llanamente excéntrica, la actual “propietaria” del sol cuenta con ciertos datos que dan sabor a su biografía. Así, hace un par de años aseguró haber capturado el archiconocido grito de Tarzán -conocido como el Rey de la Selva”- y dejarlo plasmado para toda la eternidad… en un pentagrama de su autoría.

El diario de Galicia también da cuenta de otra “maravilla musical” de la mujer: la partitura musical más extensa de la historia -138.859 páginas…-, cuya culminación se realizó gracias a la ayuda de un amigo músico y la magia computacional.

Hay más. 56 años antes, hubo otro intento de “apropiación estelar”, aunque para ser exactos se trató de una tentativa pionera. Pudiera pensarse que aquí hubo una motivación romántica, pero lo cierto es que Jenaro Gajardo Vera (1919-1998), ciudadano chileno, tuvo en mente un objetivo bastante más “terráqueo” al buscar convertirse en el “dueño de la luna”: integrarse a un exclusivo club.

Revancha más allá de las fronteras

La historia ha sido abundantemente referida en Internet y le ha granjeado a este fallecido abogado tanto partidarios como detractores. En todo caso, confirma –como sucede con Ángeles Durán- que la originalidad de pensamiento y acción no nacen de la noche a la mañana, sino ¿cómo explicar que en la capital de la VII región de Chile –Talca, una zona eminentemente campesina- Gajardo Vera hubiese fundado la denominada “Sociedad Telescópica Interplanetaria”, entre cuyos objetivos figuraba tomar contacto con los primeros alienígenos que pudieran llegar al planeta?

Sin embargo, fue el 25 de septiembre de 1954 cuando este hombre pasó a los anales de la fama. Interesado en ingresar en el aristocrático “Club de Talca”, el abogado se vio  enfrentado a demostrar “una posesión”. Fastidiado ante tal materialismo, se puso a caminar por las calles hasta que de pronto sus ojos divisaron la luna…

Al día siguiente, se presentó ante un notario de la ciudad pidiéndole certificar su solicitud de declararse dueño del satélite natural de la Tierra. Ello, claro, después del trámite de rigor: inscribir a la luna como su propiedad en el Conservador de Bienes Raíces de Talca, lo que le costó 42.000 pesos chilenos de la época.

Descontando lo insólito de esta casi “acción de arte”, la leyenda cuenta que ni más ni menos que el propio Richard Nixon le envió en 1969 –previo al alunizaje del Apolo XI- una petición a Gajardo Vera: "Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece". Obvio y para no ser menos, el chileno aprobó la demanda, deseando a los astronautas “un feliz descenso” y “también un feliz regreso a su patria”.  

Nobleza obligaba.

No ha lugar

Hace pocos meses en Rusia se registró un caso inédito y que se vincula con los anteriores. Bueno, claro, “de algún modo”:

Valeri Kúbarev igualmente quería ser “dueño” de algo. Lo llamativo del episodio es que a diferencia de Ángeles Durán y Jenaro Gajardo Vera su ambición era exclusivamente terrenal: el Kremlin de Moscú. Fue así que este empresario –quien se autoproclamó “Gran Príncipe de Todas las Rusias”- se enfrentó judicialmente al Estado de este país argumentando que gozaba del derecho de ser reconocido como “dueño vitalicio” del histórico Kremlin. Según los argumentos que presentó a la magistratura, debía tenerse en consideración lo invertido por sus antepasados en la edificación de uno de los mayores símbolos rusos a nivel universal.

Así pasó. Tal como usted lee.

Un análisis inmediato hubiese sugerido desechar el caso como la excentricidad de un chiflado… o la chifladura de un excéntrico, lo que en estas circunstancias es casi lo mismo. Es que se trataba del Kremlin, protagonista de libros, relatos de prensa, canciones, poemas, bitácoras, películas, y un largo etcétera.

Sin embargo, las instancias judiciales siguieron su camino. Fue en agosto último que se aceptó llevar el caso adelante. Se trató de una demanda contra el Gobierno ruso, el Ministerio de Cultura y la Agencia Federal de Patrimonio Estatal, según consignó este mismo medio de comunicación.  

A comienzos de diciembre se dictó el fallo, el que fue desfavorable para las pretensiones de Kúbarev. Entre los argumentos que consideró el tribunal pesaron los establecidos por el gobierno ruso en cuanto a que la antigua fortaleza es propiedad estatal, además de destacarse su estatus –lo que incluye también a la Plaza Roja- de Patrimonio de la Humanidad, establecido por la UNESCO en 1990. Sobre este último punto, resultan muy interesantes los criterios de selección que le otorgan tal rango:

v Representar una obra maestra del genio creativo humano.

v Testimoniar un importante intercambio de valores humanos a lo largo de un periodo de tiempo o dentro de un área cultural del mundo, en el desarrollo de la arquitectura o tecnología, artes monumentales, urbanismo o diseño paisajístico.

v Ofrecer un ejemplo eminente de un tipo de edificio, conjunto arquitectónico o tecnológico o paisaje, que ilustre una etapa significativa de la historia humana.

v Estar directa o tangiblemente asociado con eventos o tradiciones vivas, con ideas, o con creencias, con trabajos artísticos y literarios de destacada significación universal.

Porque “las cosas son como son” y…

Kúbarev no logró su cometido, pero algo no es menos cierto: su gesta será archivada como curiosidad histórica y puede que su nombre ingrese en la jurisprudencia internacional respecto al reclamo de bienes de la humanidad por parte de particulares. Quien sabe.

¿Cuál es el hilo conductor de estas tres “historias”? Si se las mira sin apasionamiento u obnubilación es un intento de ir más allá del sentido común, hacerle una broma más o menos insidiosa –pero perdonable- al estado generalizado de las cosas y regalarnos algo de asombro en un mundo en el que se nos adiestra –subrepticiamente, claro- justamente a todo lo contrario.

Probablemente, sus acciones pasen a la posteridad, pero a la de lo curioso e insólito. No obstante, puede haber algo más. ¿Qué? Una voluntad de atentar contra la norma uniforme de cómo debe concebirse el mundo. ¿Le parece poco? Pues bien, alguien pensó un día que el planeta Tierra podía ser redondo y no cuadrado… tal como todos creían hasta ese momento.

(…)

Y todo TODO cambió.

¿Se atrevería usted a algo como eso?


(Fotografía del autor: Museo del Hermitage, San Petersburgo)

Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista de RT.

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